Con una relación diferente e, incluso, muchas veces con dificultades para hacerse visible en los centros ex coloniales o hegemónicos, la literatura hispano-caribeña ha sido una manifestación decisiva en la construcción de nuestros discursos identitarios desde los albores nacionales en el siglo XIX. Esa creación artística, con pretensiones ya diversas, hoy forma parte del complejo panorama cultural de una postmodernidad digital en donde las fronteras tradicionales se difuminan y los estereotipos más recurridos pierden su valor referencial y dan lugar a otros, propios de nuevas circunstancias. Con estas palabras, inicia la cuarta parte del discurso que el reputado escritor cubano Leonardo Padura bajo el título Elogio de la mezcla: Identidad y cultura del Caribe expuso con motivo del acto de instauración de la Cátedra de Literatura Caribeña René del Risco Bermúdez.

Esta tercera entrega aborda los últimos cuatro puntos desarrollado por el autor de La novela de mi vida en su disertación. En el punto cuatro desarrollado en su conferencia, sostiene que “la literatura del Caribe hispánico ha sido y sigue siendo hoy un terreno en el que se han expresado los grandes traumas de la región y las diversas relaciones con esos centros hegemónicos hacia los cuales muchas veces miramos en busca de una validación que, por muy diversas circunstancias de carácter económico, cultural y hasta político, muchas veces nos ha sido negada en nuestros propios territorios nacionales y regionales”.
Cierra este punto desarrollando toda una reflexión en torno a tres aspectos. El primero es el imaginario identitario del Caribe hispánico creado desde la literatura caribeña, el segundo la incorporación plenamente del negro a la literatura en los años de las vanguardias del siglo XX y el tercero con el cual concluye analiza las diversas contracciones sufrida por los procesos de definición identitaria caribeña en la década de 1920.

Uno de los elementos que genera algunas de las más enconadas polémicas en cuanto a la pertenencia –y hasta la pertinencia- cultural de algunos de sus autores es la problemática del exilio, aspecto que lo aborda Padura en el punto cinco. En éste sostiene que “desde muy temprano aparece en la literatura caribeña el tema del exilio, motivado por la experiencia, intensa y real, de la emigración económica, política, o de búsqueda intelectual y artística que hemos vivido desde nuestros orígenes”. Desarrolla la problemática que surge a la hora de definir culturalmente las obras de escritores “nuyorricans, dominicanos asentados en Estados Unidos y los llamados cubano-americanos”. Problematiza el tema con preguntas que motivan a la reflexión como ¿A qué cultura pertenecen Julia Álvarez, Junot Díaz, la puertorriqueña Braschi, Oscar Hijuelos y Cristina García? ¿la misma filiación caribeña, fruto de la convivencia y asimilación de diferentes culturas, no sería capaz de representarlos y definirlos? ¿Puede haber un escritor checo que escriba en alemán (Kafka) y otro que lo haga en francés (Kundera) y no autores dominicanos, puertorriqueños y cubanos que se expresen en inglés? Cierra este punto señalando que esa discusión que surge a partir del debate identitario de los escritores del exilio “cobra, mientras tanto, una intensidad y pertinencia cada vez mayor pues los flujos migratorios hacia los antiguos centros coloniales y los actuales centros culturales y económicos hegemónicos sigue funcionando como parte de un proceso mucho mayor generado por las siempre tiránicas condiciones económicas o las insatisfacciones políticas y sociales”.

En el punto seis analiza el drama de la realización y validación artística para los escritores del Caribe hispano hoy. Aborda la problemática en materia editorial que tienen los escritores del Caribe hispano para lograr una verdadera visibilidad editorial y académica. Considera como factores que influyen, “el idioma utilizado para la escritura, el atractivo de premios, reconocimientos y posibles circuitos de circulación de las obras”.

En el punto siete analiza el aspecto de la universalidad de la literatura caribeña. Considera que toda “literatura debe aspirar a establecer una dinámica entre lo local y lo universal, no solo en cuanto a visibilidad, beneficios económicos, reconocimientos… sino también en la concepción de la obra desde el mismo proceso creativo”. Esto implica que “la literatura que se refiera y le hable solo a una comunidad constituye un arte limitado, una capacidad desperdiciada”.

Defiende la tesis de que los autores del Caribe hispánico durante el siglo XIX respondieron a las exigencias estéticas y los modos de hacer de la época. Entre el romanticismo y el costumbrismo se movió, por casi toda la centuria, la incipiente creación propia y nacional. Analizando el tema de la universalidad en la literatura caribeña considera que lo que impidió que mucha de nuestra literatura tuviera una verdadera vocación universalizadora en sus temas, personajes y conflictos durante el siglo XIX “fue la necesidad de expresar las singularidades nacionales para forjar con ellas la imagen de una identidad en formación y en eterno peligro de disolución”.

Es en el siglo XX considera Padura específicamente con los autores de la vanguardia, en la tercera década del siglo XX en adelante, donde la conciencia de conectarse con lo universal se hizo patente en nuestros escritores. Desde la década de 1960, diversos factores influyeron en que ese proceso de búsqueda y fijación de la identidad emprendido por la literatura hispanocaribeña, lograra alcanzar una dimensión diferente al proyectarse desde una percepción más universal. Factores que impulsaron ese proceso fueron a nivel político el triunfo de la Revolución cubana, el fin del trujillato y la posterior intervención norteamericana en República Dominicana. En materia cultural señala los procesos culturales propios como fue la lucha puertorriqueña por la preservación del español como lengua nacional y literaria y la explosión del boom de la novela latinoamericana.

De ese proceso anteriormente señalado participaron diversos autores entre los cuales Padura identifica a René del Risco Bermúdez en cuyo honor se instauró el día de su conferencia la cátedra que lleva su nombre.

Finaliza señalando que esos autores nos “han legado la posibilidad de ver el mundo desde nuestras islas y de ver nuestras islas desde cualquier ribera del mundo, pues en buena medida gracias a las búsquedas, torpezas, hallazgos, obsesiones de nuestros escritores y pensadores, ya somos lo que somos, en continuado conflicto, pero sin retroceso”.

Una conferencia para reflexionar. De eso no cabe la menor duda.

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