“Tengo meses que apenas puedo saludar a mi hermana María, por no tener tiempo”, “dio a luz mi mejor amiga, ya va a tener un mes, no he podido ir a verla”, “operaron a mi tía, solo pasé unos minutos por la clínica y no la he vuelto a llamar”, “falleció un gran amigo y desde la funeraria no he tenido la oportunidad de acompañar a sus familiares”, “iba a la iglesia, y son tantas las ocupaciones, que el domingo solo me da para hacer algunas cosas en la casa”, “a mis tres hijos, tanto mi esposo como yo, pasa la semana y apenas los podemos ver. Trabajamos largas horas, y al llegar por las noches uno no tiene fuerzas para muchas cosas”. Estas y otras tantas exclamaciones son reafirmadas cada día por la mayor parte de nuestra población y sé que ustedes confirman conmigo esta dura realidad. En otras ocasiones, hemos hablado acerca del tiempo y de cómo la mayoría quisiera cambiarle esas 24 horas al día. Pero, no para llenar estos cometidos, sino para hacer muchas más cosas de las que hasta el momento ejecutan. Estuve presente en un conversatorio cristiano en la iglesia esta semana y, aunque este no era el tema, fluye dentro de mis análisis el cuestionamiento de “¿Qué es lo importante para el ser humano?”. Vivimos en un momento histórico muy difícil. Verdaderamente el mundo está convulsionado, pero esto viene porque los individuos se han desenfocado y, como señalamos al inicio, se ha restado valor a aquellas cosas realmente necesarias para llenar a plenitud el interior del ser humano. Hoy, el bombardeo constante de que se deben adquirir cosas, algunas de las cuales te venden como necesarias, ha hecho que, empezando por el hogar, la escala de importancia, o bien, de valores, se encuentre totalmente distorsionada. La necesidad de tener más y más, para adquisición de bienes materiales; si tienes un carro, uno mejor; una casa, otra mejor; un colegio para tus hijos, otro mejor; sumado a algo nuevo que no se daba mucho en nuestra cultura y es traer como necesario viajar fuera del país, aun haciendo compromisos económicos y deudas, que al segundo día de regreso te arrepientes de haberlo hecho, influenciado por las tantas publicaciones de bonanza de los demás, las cuales te alimentan, despertando sentimientos que solo te dañan a ti y a tu familia.

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