Hace alrededor de siete años visité el taller de Bule en La Vega. Era una casona con un cierto grado de deterioro, que le servía de cobija a este entusiasta artista cuando de su pincel surgían sus creaciones. El amontonamiento de las pinturas rellenaba todos los espacios; había una amalgama de estilos, técnicas diferentes, formatos variados y mucho polvo. Colgaba de los pocos setos disponibles una que otra pintura elegida entre sus preferidas como para que ningún visitante las ignorara.

A Lilah, mi hija, le gustó su pequeña colección de máscaras carnavalescas. En el patio, varios jóvenes artesanos preparaban las caretas de su comparsa para febrero porque el Bule-artista no pudo abstraerse de la actividad más importante de su pueblo: el carnaval. Su involucramiento lo lleva a ser un caretero de primera y a llevarse la corona de su ciudad y del país.

Me reencontré con este artista en las salas “Federico Izquierdo” y “Apeco” de Santiago y, coincidencia o ironía, su nueva producción se expone al lado del Salón del Carnaval, mutilación de la sala, que sirve de museo provisional. A Bule lo persigue el Carnaval.

Bule no “canta sus penas” como los mariachis, mas, su exposición a “dos tonos”, nos alegró doblemente. Por la pena de la partida de Claudio Pacheco en la misma fecha (sin duda el más querido de nuestros artistas) y por la calidad de su obra.

Me tocó decir algunas palabras en representación del Ministerio de Cultura en la Regional Norte durante la inauguración de su muestra, la que habíamos planificado en la gestión de Lincoln López y que, a pesar de los truenos y relámpagos, se expone hoy.
El Bule de hoy es la expresión clara y sin enigmas, sin alardes, de un artista depurado, aquel que recorrió el camino de su formación y su encuentro consigo mismo.

¿Quién puede decir que Bule es un artista rebelde? Como tampoco lo fue Edvard Munch, a pesar de ser el creador de la obra más conocida del expresionismo de su época.

Impregnado de “El grito” y de la realidad dominicana, Bule trabaja sus rostros y sus esculturas (dos en la muestra) sin reflejar en su vivencia ningún vestigio de amargura, con un rostro que refleja la satisfacción y el orgullo del parto de su obra.
Las lecturas siempre son múltiples y no dependen del artista. Eso sí, salta a primera vista el acabado y sello definitivo, reconocible del creador que coloca su obra en el centro de su vida con la pasión indispensable que lo conduce al puesto de maestro.

Los paisajes de Bule demuestran su alta formación académica que él transforma y adapta a su proyecto. La frescura de sus bosques con sus ríos van más allá del paisaje impresionista realizado d’un coup al aire libre de un Monet, o de un Yoryi. Los de Bule vienen con sus duendes escondidos, posibles ciguapas y lucios, terminados a más de dos tonos durante una época otoñal que le hubiesen podido servir de fondo al Coronel de García Márquez en sus descripciones mágicas de Macondo; sobre todo “cuando su gallo se gastaba de tanto mirarlo”.

Cada obra es diferente dentro de sus temas y cada una se reconoce por su título que caracteriza la identificación de su propuesta.

Alberto Giacometti, en una entrevista de trece minutos, grabada en 1967 (https://www.youtube.com/watch?v=vRsejf8xdC0&t=505s ), expresó con sabiduría y humildad el carácter experimental de su trabajo que al final lo convirtió en uno de los grandes maestros de la Historia del Arte.

Bule, con la mayor naturalidad y sin pretensión, me dijo que estos son experimentos escultóricos, coincidiendo con Giacometti en su actitud de búsqueda, de aprendizaje, de estudio autodidáctico.

Bule, no hay espacio a la duda, es uno de nuestros artistas importantes, no solo por su recorrido en el tiempo, en los espacios culturales más destacados que van de su participación en colectivas de Cuba, New York, Madrid, Guadalajara y Francia, sino por la factura de su arte.

Con todas las limitaciones y precariedades, Bule no retrocede su creación, no se condiciona a la “posibilidad de venta” más, al desarrollo del pensamiento creativo artístico.

Contribuye este artista vegano a elevar el espíritu del espectador y le regala a Santiago un destello del brillo artístico perdido en la vorágine oscura de la mediocridad.

Acompañó a Bule, en su acto inaugural, el artista Yiyoh Robles, con una destacada participación teatral encarnando un personaje como si fuese sacado de algún cuento mágico de Charles Dickens o alguna corta aventura de un hermano lejano del Barón de Münchhausen.

Coincide la exhibición con el inicio de la gestión de José Núñez al frente de la Dirección de la Regional Norte del Ministerio de Cultura, quien mostró satisfacción con el éxito de la actividad inaugurada en el Palacio Consistorial. Sus muros tendrán la presencia del artista todo el mes de septiembre para regocijo del santiagués.

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