Busque por donde quiera; escuche todo lo que se le ofrezca; recorra el inmenso historial de la música popular dedicada a la mujer, al amor y al desamor; cierre los ojos, relájese y sumérjase en el bolero, y quedará convencido, como yo desde hace tiempo, de que en el canto romántico de todas las épocas nadie ha hilvanado una condena amorosa de calidad comparable a la que Ignacio Piñeiro le dejó caer, por mentirosa, a una tal Salomé: “Mujer falaz, impostora de caricias, tu beso es virus que el alma envenena”. (Con esos versos designo a mis mejores amigas, que siempre ríen con pícaro orgullo).

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