El recurrente tema de nuestra tortuosa relación con Haití, se agudiza con la condición de naciones siamesas, compartiendo una misma isla. Dos países con poblaciones de idiosincrasia antagónica: unos que viven frente a la muerte y la celebran hasta encontrarla y los de la parte oriental: los dominicanos viven frente a la vida, la gozan y la muerte no quieren ni mencionarla.

De orígenes y formación muy distantes; los haitianos añoran su África ancestral y evocan los animales que poblaban su mundo, reproduciéndolos en las tap-tap (el concho de las poblaciones de aquel país) camiones y pinturas. La cruenta esclavitud, base de la colonia de Saint Domingue, que proveía azúcar y rubros agrícolas a explotadores franceses para suplir a Europa y que tantas riquezas teñidas de sangre produjeron, marcaron a los haitianos que heredaron esas condiciones de negros forzados y receptores del peor trato del explotador de la época más oscura de Francia.

El criollo, aunque sufrió una esclavitud ligera, esta fue muy peculiar, por la pobreza de los “amos” y aunque hubo rebeliones, no marcaron las generaciones posteriores. Con idiomas incompatibles, los haitianos apenas registran palabras taínas porque su idioma, elemento común que asumieron como identidad, y esto ante las decenas de idiomas propios que los africanos forzados trajeron a la isla, desde donde fueron desarraigados por la fuerza y vendidos como animales tras una travesía infernal en la que una alta proporción moría.

El dominicano, producto de una mezcla de razas, donde el negro predomina, definió su cultura en un crisol diferente y con esquemas a imitar de descomunal distancia de los patrones imperiales al que aspiran los poderosos de Haití. Su vocación a las religiones de dioses africanos americanizados han producido una interpretación sincrética mimetizada y de particular mezcla con el cristianismo y sus figuras. El haitiano de todos los niveles tiene lazos con creencias del vudú. El dominicano promedio es más cercano al catolicismo, aunque de accionar distante de los principios del cristianismo y con un sincretismo salpicado de figuras de “lo miterio” y “lo sere”. La enorme cantidad de haitianos que hoy comparten espacios en nuestro territorio, hace temer por la salud de nuestras tradiciones y costumbres.

El haitiano común anda más cerca del hombre primitivo que cualquier dominicano de similar condición de pobreza. El haitiano es más violento que el dominicano y más dado a las acciones en grupo. Hoy hay más haitianos involucrados en acciones delictivas del lado nuestro. Muchos abrigan el temor de que se dispare la violencia de grupos que esperan por una oportunidad y hayan enfrentamientos en nuestro territorio, que muchos haitianos consideran que les fue arrebatado, cosa que políticos haitianos de baja ralea explotan, como material basado en el odio.

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