Con mucha satisfacción hemos dado seguimiento a la excelente medida del Consejo Nacional de Competitividad, de un levantamiento del inventario de los miles de permisos que son necesarios en nuestro país para poder producir.

Nadie puede entender la maraña de permisos que se requieren para producir y esto me trae a la memoria lo que me comentaba un embajador y buen amigo de lo difícil que es desarrollar un negocio en este país. Que, a pesar del crecimiento económico, envidiable, comparado con los países de la región, entendía el sacrificio en tiempo y dinero que significaba ir mendigando permisos por miles de instituciones.

Hace algunos años, recuerdo una reunión donde se habían convocado las diferentes comisiones de ética para tratar precisamente el problema de los permisos y se comentaba que muchas veces se dilataban, no porque el funcionario encargado buscaba algún tipo de compensación económica sino porque muchas veces no tenía el sentido de urgencia que tiene un empresario que debe competir con el exterior o muchas veces, peor aún, era una forma demostrar su poder sin entender que era un servidor y no un obstáculo para el crecimiento de la industria en el país.

El Estado tiene que ser el gran promotor del crecimiento del país, necesitamos más empleos y más divisas; necesitamos poder producir productos más baratos, que mejoren la calidad de vida de nuestros conciudadanos. Muchas veces olvidamos que somos una isla y que eso obliga a tener mayores inventarios, y si arriba de esto los permisos son una traba, esto duplica los inventarios y los costos y nos impide, precisamente en este año que ha sido declarado como de las exportaciones, poder vender más en el exterior, mejorando nuestra balanza comercial que, en la mayoría de los países, desgraciadamente, es deficitaria.

Para un emprendedor esto es frustrante. Una pequeña empresa prefiere ser informal que pasar por el calvario y el costo que significan regulaciones obsoletas. Así como han mejorado la DGA y la DGII, tienen que cambiar las demás instituciones y entender que vivimos en un mundo globalizado, donde el tiempo es dinero y el cliente no espera, tiene muchas opciones.

Incluso, toda esta permisología no sólo limita la instalación de nuevas empresas, sino que trae como resultado que no exista mucha competencia en el mercado, necesaria para mejorar precios y calidad de los productos.

Si mañana decidiera instalar una nueva empresa debo empezar por registrar el nombre y las marcas, debo registrarme en la Cámara de Comercio y Producción, registrarme como importador en la DGA, en la DGII obtener el Registro Nacional de Contribuyente (RNC). Luego ir a ProIndustria para el registro industrial, al Ministerio de Trabajo para los manuales de seguridad industrial.

Sigo visitando instituciones y entonces voy al Ministerio de Medio Ambiente, para obtener la licencia ambiental y luego cada seis meses presentar un informe de cumplimiento ambiental (ICA), aún sin haber empezado a producir; debo contratar el servicio de suministro de energía eléctrica con la empresa distribuidora que corresponda, según la zona donde está instalada la empresa; también debo pedir permiso para instalar una acometida y sin tener agua le debo pagar a la CAASD, la cual me mandará su factura puntual sin darme ningún servicio. Debo contratar una empresa que disponga de los desperdicios, si es el caso y un permiso de descarga de aguas residuales, para lo cual debo construir una planta de tratamiento porque no existe una común para todas las empresas de parte de la municipalidad.

Sigo entusiasmado con la nueva industria, a pesar de que aún no tengo ni la mitad de los permisos que ya he solicitado y entonces voy a Obras Públicas y al Ayuntamiento para solicitar carta de no objeción, los permisos de construcción, de uso de suelo, autorización de catastro y de construcción de verja.

Como debo conocer todos los ministerios, entonces voy a Interior y Policía para la fijación de domicilio.

Como soy tan persistente o testarudo, sigo mi periplo y como el tránsito es un ejemplo de orden, voy al Instituto Nacional de Tránsito Terrestre (Intrant), como no soy padre de familia ni estoy en el sindicato de Hubieres o de Marte, debo demostrar el impacto de la nueva instalación en el flujo del tránsito como si alguien tiene eso en consideración en el caos vehicular tan típico de nuestro subdesarrollo.

En el Ministerio de Hacienda debo procurar la aprobación de las facilidades de ProIndustria para que las mismas sean reconocidas por la DGII. Cuando creía que lo último era ir al CEI-RD para buscar mi registro de exportador recuerdo el transporte.

Discuto los fletes con Fenatrado, lo cual, luego de la llegada de Ricardo de los Santos resulta ser más fácil que muchos de los permisos y creyendo que había terminado debo pagar todo lo que se les antoje a los navieros desde el oligopolio de DPH hasta el cargo por el uso de mis equipos.

Tengo un gran amigo que siempre me recomienda vender todo e invertir en un fondo, porque asegura que ser industrial es cosa de locos. Tiene razón, pero espero que a partir de este esfuerzo, que se hace por intermedio del Consejo Nacional de Competitividad, poder producir deje de ser peor que escalar el Himalaya.

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