Escribir, rodeado de la majestuosidad de las montañas que delinean el Valle de Constanza, es un invaluable privilegio que exalta la imaginación y hace fértil el verbo. Envuelto en una temperatura propia de espacios ajenos al exuberante trópico en el que está ubicado nuestro país, con la paradisiaca paz de la naturaleza, la presencia de la laboriosidad de sus hombres y mujeres dueños de un ambiente de alta calidad, sin plena conciencia de ello, por la costumbre de la cotidianidad.

Enclavado en plena cordillera Central, es un paraíso dentro del perenne verde a que la naturaleza dominicana nos tiene acostumbrados, a unos 1,250 mts sobre el nivel del mar y temperaturas promedio entre 16.50 C, en enero a 19.8 en agosto, con máxima de 25.9, en ese mismo mes. Las lluvias: en febrero, el mes más seco de ese microclima con 34 mm de precipitaciones a 194 mm en mayo. Es notorio que en el proceso de deterioro ambiental del país, que Constanza es más caluroso que hace unos años. Con una población de características más europeas, de abundantes ojos azules, verdes, aceituna y otros “alagartiaos”, pelo largo, lacio, claro y hasta rubio en las mujeres, tez muy blanca, genotipo que va mezclándose y aumentando la población más cerca del “indio” criollo. Reside allí una numerosa cantidad de haitianos emigrados, tras los numerosos puestos de trabajo, propios de una zona adonde se trabajan todos los días del año, salvo las “fiestas de guardar” (únicamente las más significativas) del calendario litúrgico católico.

Productos propios de climas fríos se cultivan, constituyendo un extenso menú que sustenta en cierta forma la demanda alimenticia de millones de turistas que recalan en nuestras tierras, atraídos por los recursos que a la pródiga naturaleza se le cayeron, cuando repartía bondades y la hospitalidad ancestral que caracteriza al criollo. Con necesidad de que los gobiernos se atrevan a disciplinar en el ámbito medioambiental, Constanza muestra cicatrices de daños sufridos en la destrucción de bosque, en la desaparición de “fábricas” de agua, para beneficio de unos pocos desaprensivos, tras lo mercurial.

Lo que ha precisado cientos, quizás miles de años en transformarse, sucumbe en días en manos inapropiadas. El padrinazgo de determinadas zonas, en manos de instituciones responsables, bien puede revertir efectos perversos sobre la herida naturaleza. El río Pantuflas, más bien la cloaca que atraviesa barrios de Constanza, que descargan sus miserias humanas en su cauce, de descomunal carga orgánica, que “jiede” como letrina. La Piscina, atractivo natural de la Constanza romántica del pasado, se ha convertido en una trampa de inmundicias que imposibilitan que nadie se sumerja en sus aguas, caldo fétido y nauseabundo, con color de asquerosidad, aguas que contaminan todos los ríos en los que desembocan su fétido e insano contenido. Constanza tiene filetes, pero también “mondongos”.

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