Desde que aterrizó el avión a su llegada a la vecina isla de Puerto Rico, pude contactar las secuelas, que todavía son visibles, del paso del huracán María, el cual tenía como ruta atravesar también la República Dominicana. Llegar allí al chequeo de migración, con quizás dos, donde antes había diez, estafetas, cuya única fila disponible era la del vuelo en el cual llegué, fue algo que ocasionó en mí una gran tristeza. Me trasladé a la zona oeste donde, aunque la naturaleza se está recuperando, el peso se siente. Sin embargo, en contraste con todo esto, recibo un impacto en la respuesta conductual de las personas, las cuales lucen conformes, contentos y, sobre todo, con un sentimiento de gratitud cada vez que he tocado el tema con alguien, sonriendo, dando gracias a Dios por estar simplemente vivos. La expresión de la gerente de una de las tiendas de marca más importante era insistir en decirme que este fenómeno les ha servido para valorarse más entre ellos, su país, y esforzarse como nunca para echarlo hacia adelante. Esta experiencia nos muestra cómo, en ocasiones, las adversidades de la vida y las sacudidas de la naturaleza, soberana y que nadie puede detener, son necesarias para que nosotros nos reevaluemos, y entendamos cuán frágiles somos y cómo, en minutos, se puede transformar por completo un escenario. En nuestra sociedad estamos viviendo momentos en los cuales nos arropa la violencia, la delincuencia y, lo que es mayor aún, problemas dentro del seno familiar como nunca. De manera viral se transmiten las escenas más horrendas que pudiéramos imaginar sobre actos de violencia, de forma cruda y morbosa, generando angustia, desesperación, como si no tuviéramos salida, lo que no es verdad. No me cansaré de repetir, tantas veces sea necesario, que no es negarse ante la realidad que nos envuelve, pero que sí es indispensable valorar nuestro país, unirnos en pro de preservar el mismo, cuidándonos unos a otros, ya que si hay algo notorio cuando estás fuera, es comparar la forma agresiva y hostil con que nos manejamos en nuestras calles, trabajos, vecindarios, como si todos, sin darnos cuenta, tratáramos de devastarnos unos a otros. Lindo ejemplo, Puerto Rico, de la unidad entres sus habitantes, como nunca quizás.

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