Grupos religiosos ayudan a reunir familias separadas en EEUU

SAN ANTONIO, Texas, EE.UU. — Llegaron en camionetas blancas de Catholic Charities con sus hijos, sus papeles y nada más.

Necesitaban comida, ropa, un techo y alguna forma de reunirse con familiares en Estados Unidos. Muchos estaban todavía conmocionados por las semanas que pasaron en centros de detención. Un hombre cargaba a su hijo pequeño, que no lo reconoció después de estar dos meses separados. Una mujer llevaba de la mano a su hija de cinco años, quien se negó a hablar con ella por un tiempo porque la culpaba por su separación.

Estas escenas se sucedieron en Texas y Arizona a medida que el gobierno de Donald Trump se esfuerza por cumplir el plazo para reunir a familias de inmigrantes que fueron separadas, el cual vence el jueves. El gobierno está liberando a cientos de familias y entregándolas a organizaciones religiosas, que se ocupan de ellas.

La Associated Press observó el lunes la dinámica de familias que se reunieron en las Catholic Charities de la Arquidiócesis de San Antonio. Había bebés y adolescentes, así como centroamericanos que le huyen a la violencia de sus países y piden asilo. Algunos padres habían pasado por varios centros de detención de inmigrantes de distintos puntos del país.

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EL REENCUENTRO

Natalia Oliveira da Silva, una brasileña, esperaba nerviosamente afuera del centro de detención de Pearsall, Texas, por su hija Sara, de cinco años. La vio llegar en un vehículo con el cinturón de seguridad sobre su torso.

Sara salió del auto y corrió hacia su madre. “¿No te van a llevar de nuevo, verdad?”, le preguntó.

Desde que fueron separadas a fines de mayo, la niña estuvo en un refugio para inmigrantes menores de edad de Chicago, mientras que Oliveira da Silva pasó por varias instalaciones de Texas.

Igual que otras familias que se reencontraron en Pearsall, Oliveira da Silva y su hija fueron llevadas a Catholic Charities en San Antonio, a una hora de allí. Los empleados de Charity las alojaron en un hotel el domingo por la noche y las recogieron a la mañana siguiente, junto con otra familia de inmigrantes.

Oliveira da Silva, de 30 años, no durmió esa noche. Dijo que se pasó la noche observando a Sara.

Durante la separación, hubo un período en el que Sara se negó a hablar con ella por teléfono. Cree que fue porque estaba enojada con lo sucedido. Ella misma está molesta.

«Espero que no tenga más recuerdos de esto”, dijo Oliveira da Silva.

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LA ENTREGA

Cuando Oliveira da Silva y su hija llegaron a las oficinas de Catholic Charities, dos personas les abrieron las puertas y les dijeron “hola”. Una vez adentro, se toparon con voluntarios que doblaban ropa donada y se preparaban para lo que se venía. Un restaurante local había dejado tortillas, carne y verduras asadas. En un salón de conferencias del piso de arriba, los padres podían recoger ropa y juguetes de unas estanterías.

El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (la policía inmigratoria, conocida por sus siglas en inglés, ICE) había informado a Catholic Charities en la mañana que llegarían siete familias. La organización caritativa también recoge a inmigrantes que el ICE deja en la terminal de autobuses. Voluntarios de distintas fes vigilan la terminal para ver si llegan familias de inmigrantes y llaman a Catholic Charities si detectan alguna.

Generalmente los inmigrantes son dejados allí por la tarde, aunque la primera vez que el ICE envió familias a Catholic Charities, hace dos semanas, las liberó a las tres de la mañana. Y las dejó en la terminal de autobuses, no en las oficinas de la entidad benéfica.

“La lógica detrás de esas decisiones se nos escapa”, comentó Matthew Martínez, vicepresidente de la organización.

Personal de las Charities les compran los pasajes de avión y tienen a mano teléfonos para que llamen a los parientes que los auspician. Si una familia debe esperar por autobuses o aviones, tienen hoteles disponibles.

Para financiar todo este esfuerzo, Catholic Charities recaudó 127.000 dólares y recibió ayuda de más de 300 voluntarios.

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EL CARIÑO

En los reencuentros, hay estados de ánimo cambiantes y la gente generalmente pasa de un estado sombrío a uno de felicidad.

Un grupo de niños comenzó a jugar con una pelota de fútbol de espuma. Los más chicos se entretenían con camiones y guitarras de juguete. Inmigrantes con sus hijos en sus brazos sonreían y se contaban hacia dónde irían ahora. La mayoría de las familias se dirigían a lugares lejanos, desde California hasta la Florida.

Muchos relataban historias terribles de sus experiencias, al tiempo que se consolaban pensando que estaban de vuelta con sus hijos.

El hondureño Carlos Fuentes Maldonado estaba son su hija Mía, de un año. Ella y su hermanita de cuatro años fueron llevadas a un refugio de Arizona luego de tratar de cruzar el río Bravo hace dos meses. Su madre, Jennifer Maradiaga, dijo que Mía todavía era amamantada cuando se la llevaron.

Al reencontrarse el lunes, la pequeña no pareció reconocer a sus padres, expresó Fuentes. Por la noche, la niña estaba recostada sobre un hombro del padre.

Hacia las ocho de la noche, la madre y un hermano de Maradiaga llegaron para recogerlos y llevárselos a su casa. Su madre comenzó a llorar mientras la abrazaba. Todos sonreían y se turnaban para sostener en brazos a Mía.

Otros inmigrantes relatan que la comida en los centros de detención a veces era incomible y que los empleados ignoraban a menudo sus quejas o pedidos. Dos mujeres contaron que les dijeron que tal vez nunca volverían a ver a sus hijos. Estaban viendo televisión en español cuando se enteraron de que el gobierno suspendería la separación de familias.

“Ver las protestas nos dio fuerza”, expresó Ildra Medrano Castillo, quien se vino con su hijo de nueve años de Guatemala. Afirmó que un empleado de una instalación le dijo que su hijo sería dado en adopción.

Habían estado reunidos por unas pocas horas. Mientras almorzaban, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando se le preguntó cómo se sentía.

“Fue hermoso” el reencuentro, indicó.

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EL VIAJE

El personal de Charities llevó a las familias a hoteles cercanos para que esperasen sus vuelos al día siguiente. Les mostraron cómo usar los ascensores, dado que algunos nunca habían estado en uno.

Algunos se tuvieron que despertar a las dos de la mañana porque sus vuelos salían a las cinco.

“Estaban cansados, pero contentos”, dijo Thelma Gutiérrez, directora de uno de los refugios de Catholic Charities para niños inmigrantes.

Los padres tenían sus tarjetas de embarque y toda la información, junto con una carta en inglés que podían usar si necesitaban ayuda durante el trayecto. Algunos estaban nerviosos ante la perspectiva de volar en un avión, según Gutiérrez.

El personal de la obra caritativa dejó a 32 personas en el aeropuerto antes del amanecer.

“Estamos haciendo lo que corresponde”, dijo Gutiérrez. “Por ahora, es todo lo que podemos hacer”.

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