Nada más cierto que la finitud de nuestros días, los cuales están contados para todos sin distinción y sin que ningún recurso científico, tecnológico o de ninguna clase haya permitido, incluso a los más poderosos, poder predecir con certitud cuándo terminarán.

Sin embargo, buena parte de nuestro liderazgo político muchas veces actúa de espaldas a esta realidad, utilizando toda clase de mecanismos para hacer creer a la ciudadanía que son indispensables y que su poder no tiene límites ni fin; aunque nuestra historia demuestra que los dominicanos hemos sido capaces de poner fin aun a las más cruentas dictaduras.

Y no solo se trata de individuos sino de entidades como partidos, que aquí o en cualquier parte de ser los más poderosos e invencibles pueden pasar a debilitarse y hasta desaparecer, lo que a veces sucede sin que la soberbia les haya permitido escuchar las advertencias.

Sabemos que serias amenazas se ciernen sobre nuestro sistema de partidos, el cual aunque a la fecha no ha vivido la crisis que ha acontecido en otros países está en un momento crítico en el que la sensatez debería provocar que se tomen las acciones correctas, como sería la aprobación de una ley de partidos que verdaderamente los obligue a transformarse mediante reglas que los hagan ser más democráticos, transparentes, responsables y pulcros en el manejo de los fondos, cuya violación esté debidamente sancionada.

No obstante parecería que algunos piensan que tienen todo bajo control y que podrán tenerlo durante mucho tiempo, ya sea porque visualizan muy lejanas las amenazas o porque actúan en respuesta a sus intereses inmediatos sin medir las consecuencias futuras, lo que los puede llevar equivocadamente a apostar a que puede seguirse extendiendo el estado de descontrol ya fuere sin ley de partidos porque una mayoría no logre imponer lo que desea o, con una ley inadecuada aprobada demagógicamente, sin real intención de generar un cambio.

La corrupción ha sido la mayor aliada de gran parte de nuestros políticos que haciendo uso de la misma han llegado al poder, lo han retenido y se han granjeado apoyos de múltiples sectores de la sociedad por participación directa o por ser beneficiarios; pero al mismo tiempo es su mayor enemiga, porque como el cáncer va dañando todo el organismo y sin importar las acciones o planes acertados que se implementen para supuestamente mejorar la educación, la salud, la seguridad, el transporte, la electricidad, etc., estos estarán también viciados de corrupción y tarde o temprano fracasarán.

Deberíamos analizar lo que ha sucedido con dos modelos que han sido referentes para parte de nuestro liderazgo político, el mexicano que permitió al PRI perpetuarse durante décadas en el poder al que la mayoría del país ha dado la espalda en las recientes elecciones apoyando un movimiento renovador de izquierda, hastiada de la corrupción y la impunidad; y el brasileño de Lula y su partido de los trabajadores, que apostó a un modelo asistencialista de lucha contra la pobreza que terminó vencido por escándalos mayúsculos de corrupción.

Si nuestros líderes lejos de creerse eternos fueran capaces de comprender que nada de lo que ha acontecido antes o de lo que acontece en el mundo nos es ajeno, que los apoyos o la tolerancia no son para siempre y que un sistema judicial complaciente que promueva la impunidad no silenciará los hechos y solo provocará más desconfianza y hartazgo ciudadano; estarían concentrados en impulsar una real transformación del sistema de partidos y del judicial, en vez de seguir buscando formas de perpetuar su control.

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