Henry Daniel Lorenzo Ortiz tiene algo que lo distingue de otros jóvenes de los barrios marginados dominicanos: ¡ No tiene un nombre inventado! En una sociedad tan desigual resulta que las clases mas empobrecidas nombran a sus hijos en base a las más variadas combinaciones. Y ni decir de la extrañeza que dichos nombres causan fuera del país. En realidad, dicho hábito coloca una carga adicional a las personas, como si no tuvieran suficiente con romper las barreras que la sociedad les impone. Nunca me olvido que alguien conocida nombró a su hijo “Downy,” que es la marca de un detergente. En la bien ordenada Alemania, la antítesis de la bien desorganizada sociedad dominicana, existe un registro de nombres para ser escogidos por los padres, obedeciendo al principio democrático de que todos debemos llamarnos de igual manera. Naturalmente, en Alemania la democracia no se interpreta como el derecho a hacer lo que viene en gana.

Pero si Henry Daniel tenía un nombre muy correcto, sus apodos bien revelan su origen barrial. El primero es “el caminante.” Mote irónico para alguien que había perdido el rumbo en la vida. Pero su segundo apodo es el que verdaderamente hace honor a los barrios dominicanos: “Calembo.” De acuerdo al diccionario urbano no es mas que el órgano masculino. Calembo, con solo 21 años y con una frialdad glacial, le propinó con un puñal dos estocadas en el cuello a Anneris Peña, en una joyería de la calle El Conde. Naturalmente, actuó cobarde y cruelmente, pues la asesinó de espaldas y luego que ella le pidiera que no la matase.

Le declaró a la policía, sin inmutarse, “la deje agonizando y entonces salí caminando normal,” cargando con RD $ 400,000.00 y US$560.00. Calembo también afirmó: “Yo siempre andaba con el puñal porque en Guaricanos hay mucha gente fresca, y uno nunca sabe.” Igualmente declaró que se dirigió a la Boutique La Mundial, que está en el sector Los Feos de su barriada, donde se compró tres tennis, tres T-shirts, tres gorras y unas medias por valor de RD $ 19,700.00

Caritari Peña, de 21 años declaró, “ A mi tía la habían atracado en par de ocasiones pero los ladrones no le habían hecho ni un rasguño, ella siempre entregaba todo.” Pues decía, “yo no voy a dejar que me quiten la vida por disparates.” Esta vez, Calembo no le dio la oportunidad de vivir.

“Verdaderamente lo que la sociedad está creando son monstruos,” declaró uno de los abogados de la víctima. Nada más cierto. Y la realidad es que leemos o escuchamos esta noticias, y nos decimos “qué barbaridad,” y pasamos página para continuar con nuestras vidas cotidianas. Mientras tanto la sociedad sigue su lento deterioro hacia una selva, impulsada por un narcotráfico indetenible, una distorsión de valores donde una vida humana vale menos que tres tennis, tres gorras y tres T-shirts. En realidad, algunos de nosotros nos sentimos gente muy importante en esta sociedad. Y a medida que la violencia y el deterioro social aumenta, nos aseguramos de blindar nuestros vehículos y contratar seguridad. ¿Es que no nos damos cuenta que pronto haremos el papel de Tarzán, el rey de la selva? ¿Que nuestras actividades y vidas están cimentadas sobre esos barrios, donde los “calembos” andan con un puñal “porque uno nunca sabe”?

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