Talvez sería conveniente relatar atrocidades cometidas por los esclavos dominicanos, y las que en nombre de España cometió el gobernador Joaquín García, aunque durante su lucha contra Francia promovió la rebelión de sus esclavos, y entregó salvaguardas, condecoraciones y grados militares superiores a sus cómplices del oeste. Ambos, España y Francia enfrascados en guerra contra el otro, el malo, antítesis de la moral y valores éticos que fabrican las actitudes y percepciones humanas.

De los serviles voluntarios generales negros esclavos pertenecientes a las milicias de pardos y negros del rey, España solo no pudo salvaguardar a Toussaint Louverture, la mejor espada de la única lucha de España por la reconquista de Santo Domingo.

La verdad estuvo enmarañadamente escondida en escritos y reportes de cronistas y oficiales administrativos, que eligieron sus asuntos para que sus crónicas complacieran a la monarquía, mientras transmitían medias verdades, aun cuando estuvieren en desacuerdo con las decisiones monárquicas o locales.

Cometieron las partes enfrentadas crímenes de lesa humanidad, aquí las autoridades coloniales españolas y los negros sublevados; y en Saint Domingue los colonos, las autoridades republicanas, los mulatos y libertos –respaldados por Inglaterra– y los esclavos dirigidos por Joaquín García, el Gobernador y Capitán General de la colonia española. Crímenes condenables, portentosos, solo respaldados por las grotescas percepciones de justeza. Aun así, hay en la epopeya orgullo y dolor de nación. Lo que no queda y debió quedar, es que ya desde la cuna esta es nación mulata, y habría sido mejor comprenderlo, en vez de procurar representación frente al mundo como nación de españoles, cuyos hijos, teñidos con sangre aborigen y africana son mejores representantes de nuestra composición étnica, como buenos mulatos dominicanos.

Nuestro otro proviene de la socialización formal que recibimos de autoridades, educadores, historiadores y sociólogos, respecto de bondades falsificadas por esclavistas, que nos inculcan como certeza la bondad, la benevolencia y justeza de esta sociedad, ocultando así las insurrecciones habidas aquí durante nuestra historia, encabezadas por castellanos, aborígenes y negros, desde cuando se fundó la primera aldea europea. Talvez esa pretensión de imagen nacional, sea fruto de creer que la pobreza haitiana es función de su incapacidad étnica para resolver sus problemas nacionales.

Pero en Atlanta hay una estatua como homenaje al imberbe soldado tamborilero negro cuyos repiques todavía gloriosos recuerdan al niño Henri Christophe, mientras Jean Jacques Dessalines peleaba junto a Washington en Potomac.

Petión entregó ayudas en hombres, armas y dineros a Bolívar, a Santander y a Sucre. Aquí concedió similar ayuda a Ciriaco Ramírez durante el primer intento de conformación de la nación dominicana, mientras que Henri Christophe la daba a Sánchez Ramírez.

A pesar de tales hechos, ningún país de América reconoció a Haití durante los primeros sesenta años de su existencia.

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