Cierto que, por más de dos décadas, la ley de Partidos Políticos y de Garantía Electoral -no tanto- han sido juego de ping-pong de los partidos y sus líderes, pues, sin excepción, han demostrado poca voluntad política para aprobarlas y, de paso, librar al país de un caduco marco jurídico-político electoral que solo hace posible unas castas políticas cada vez más “extractivas”.

Y como todos los partidos mayoritarios -sus vagones-bisagras- han sido, en diferentes períodos-cuatrienios, beneficiarios del déficits de democracia interna que han fomentado a costa de anquilosar y convertir en bazar de baratijas los partidos, es hora de que los actores políticos, bajo la presión de la opinión pública, sus minorías crítica y de la sociedad organizada, sepan que el país, en lo adelante, les dará seguimiento y castigo; ¡y no sólo al PLD!

De modo que bien hizo el PLD con devolver el debate-definición de ambos proyectos al seno del órgano por excelencia -y atribución constitucional- para legislar: el Congreso Nacional. Y allí, por más excusas, cuentos y subterfugios baladíes, la responsabilidad política, esta vez, será de los partidos y sus líderes. Porque mientras el PLD se debatía entre primarias abiertas o cerradas; la oposición -¡toda!- hizo fiesta-banquete y escurría el bulto: unos, celebrando convenciones cerradas, a pesar de que propugnaban por primarias abiertas; otros, temerosos de que se aprobara una u otra modalidad de primarias, hicieron, como de costumbre y maña, asambleas o “primarias” de “delegados”-directorios; y unos últimos, que han decidido posponer –por segunda vez, casi tres- el ensamble de un partido llamado “moderno” que, curiosamente, apela al dedo y la herencia -de sus dos líderes-candidatos- para escoger sus autoridades partidarias. ¡Vaya democracia de retazos y hazmerreír!

Democracia de retazos y hazmerreir, porque hace tiempo que la democracia interna en los partidos es una mera liturgia -de sus cúpulas- para postergar las primarias o congresos eleccionarios y sustituirlas por “plebiscitos” o asambleas de “delegados” que equivale a suplantación orgánica-institucional. De modo tal que, por décadas, no ha habido refrendación eleccionaria; ni por supuesto renovación o legitimidad en los liderazgos.

Sin embargo, lo que está requetebién entendido es que, esta vez, no habrá partido ni líder político que pueda escurrir el bulto, hacerse el gracioso o esconderse detrás de otros, si las referidas leyes no se aprueban y el obsoleto marco jurídico-político-electoral actual no dé respuestas satisfactorias a unas elecciones –las de 2020- que pintan complejas o de escenarios impredecibles (¿crisis?). Y peor, sin la cultura de un código del perdedor. ¡Piénsenlo!

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