Carpinteros

Si no lo vio ni se moleste en seguir leyendo; y aunque lo haya visto, no entenderá esto si de Yasujiro Ozu no sabe nada, de ese de quien aprendemos que un filme debe tener un conjunto de estrategias (que le funcionan a quien posee habilidades innatas&#82

Si no lo vio ni se moleste en seguir leyendo; y aunque lo haya visto, no entenderá esto si de Yasujiro Ozu no sabe nada, de ese de quien aprendemos que un filme debe tener un conjunto de estrategias (que le funcionan a quien posee habilidades innatas para dirigir). Ozu maneja el llamado ritmo interno y guion íntimo de los personajes, para generar una experiencia espacio-temporal. Es así como una historia fluye aun sea en una sola locación y en un solo plano (Shirin, de A. Kiarostami), o que inclusive podamos advertir el drama de un personaje a partir del fuera de cuadro (caso Saul Fia), donde la cámara se pega al protagonista con ocasionales imágenes o acciones del entorno. En Carpinteros los personajes carecen de background (aunque digan en una frase por qué están presos), por lo que boicotea el ritmo. ¿Actuaciones? Sí, creíbles, pero por el carisma de actores y actrices, pese a sus personajes cargados de clichés, con situaciones forzadas. En vez de actuar, se presentan. A cada escena tropiezan y permiten que se advierta que es para emocionarte o que rías, tan rústicamente. Nos privan de ese instante en que se siente nacer un sentimiento, y el director pudo valerse de una narrativa elíptica, pero prefirió el Deus Ex Machina (se introduce un elemento de la nada para resolver una situación o dar un giro a la trama). ¿La cámara? aunque esté estática o se mueva –sabemos por Ozu–, debe permitir un funcionamiento interno del plano y que el encuadramiento sugiera ambigüedad entre el movimiento de los personajes y el espacio en que se mueve. En Carpinteros las tomas -composición, forma y dinámica-, en vez de mostrar el fantasmagórico universo carcelario dominicano, se va a mirar escenas estrambóticas de anécdotas cliché; en fin, situaciones sin razón de existir, como sí lo es la espléndida historia que, pese a los nudos equivocados, mantiene un hilo conductor de la tragedia cuyo desenlace va en la última secuencia (en los “Pasillos B y C”) con los amantes desgarrados en la simbiosis señas y sentimientos. Es obvio que no se maduró y se les fue de las manos sin lograr esculpir -con pericia de buen joyero- el diamante que les cayó del cielo… Resultado: el filme adolece de ese aire asustador de La Victoria, grimoso hasta de día -con sus muertos escondidos- y que solo conoce quien “pasó” por allí, pagó “impuestos”, fue “obediente”, tragó “chao” y “raneó”.

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