Educación y familia

Aunque parezca un simple enunciado, y exagerado para algunos, todo apunta a que estamos perdiendo la esencia de lo que alguna vez fue nuestra sociedad.

Aunque parezca un simple enunciado, y exagerado para algunos, todo apunta a que estamos perdiendo la esencia de lo que alguna vez fue nuestra sociedad.
La falta de rigor en los parámetros establecidos para impartir educación, tiene mucho que ver en la agudización de un escenario altamente preocupante.

El respeto que se nos exigía en las escuelas es cosas del pasado, y esta realidad se encarga de demostrarnos a diario quién tiene la razón. Mis palabras vienen dadas a propósito de las inquietantes revelaciones que hizo públicas la profesora Altagracia Turbí.

Esta maestra describió el cuadro dantesco que viven las escuelas dominicanas, expresada en acciones delictivas, violencia, venta y consumo de drogas y rivalidades grupales con saldos trágicos incluso dentro de las mismas aulas.
¿Qué está pasando? ¿Acaso somos partícipes ahora, luego de estas denuncias, de lo que ocurre en los centros educativos? Por supuesto que no. Los medios de comunicación nos recuerdan a cada instante la situación que afecta a muchos planteles educativos.

Las comunidades y organizaciones de padres y amigos de la escuela, igual se hacen eco del ambiente que reina en las escuelas. Nos cuentan sobre la conducta de menores que parecen abocados a seguir un camino directo a la desgracia, sin prestar atención al destino cruel de ir a la cárcel, sumergirse en el tormentoso mundo de las drogas o en el peor de los casos terminar perdiendo sus vidas.

En medio de este drama desolador, resulta oportuno el anuncio hecho por el ministro de Educación, Andrés Navarro, de crear un “gabinete de seguridad escolar”, cuya función fundamental será garantizar la seguridad en los centros escolares. Pero entiendo que no es suficiente.

Digo esto, porque hemos focalizado la responsabilidad de educar entendiendo este concepto solo como la mera transmisión de conocimientos, dejando de lado la importancia de enseñar sobre saber ser y saber hacer.

Otro componente adverso es que muchas familias están ausentes del proceso de formación de sus hijos. Por eso, estoy plenamente convencida de que hoy más que nunca debemos priorizar la educación que inicia en las familias. Lamentablemente, nuestra sociedad está conformada por familias disfuncionales, y las peores consecuencias recaen justamente sobre los hijos.

Siempre será mejor “prevenir que tener que lamentar”. Por esto insisto en la necesidad de crear una institución que vele por la seguridad integral de las familias dominicanas, con un enfoque multifuncional que abarque temas tan básicos como la orientación, soporte, educación y asistencia.

Pensar esta problemática con un criterio científico definido, es más razonable que pasarnos la vida describiendo el mal que nos aturde. Así también nos evitamos crear más organismos de protección, endurecer castigos y construir centros de corrección o cárceles, que en la práctica en nada contribuyen a reducir el involucramiento y reincidencia de los jóvenes en hechos criminales y delictivos.

Tenemos que reorientar el rumbo que como sociedad hemos venido transitando. Repensar nuestras prioridades. Me adhiero a la carga semántica de esta sabia frase de Aristóteles: “La excelencia moral es el resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”.

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