Cartas de Pedro Henríquez Ureña

Nada recrea mejor la realidad psicológica, cultural, ambiental, política y espiritual de la República Dominicana y su presencia en el mundo de finales del siglo XIX y principio del XX como el epistolario Treinta intelectuales dominicanos escriben&#8230

Nada recrea mejor la realidad psicológica, cultural, ambiental, política y espiritual de la República Dominicana y su presencia en el mundo de finales del siglo XIX y principio del XX como el epistolario Treinta intelectuales dominicanos escriben a Pedro Henríquez Ureña, publicado por el investigador Bernardo Vega con los auspicios de la Academia Dominicana de la Historia y el Archivo General de la Nación.

Desde la primera carta enviada a un Pedro de 13 años por su tía Ramona Ureña (Mon) en 1897, hasta la última, dirigida por el intelectual al poeta Manuel del Cabral en 1945, diplomático en Buenos Aires, todo un océano de incesantes revelaciones vienen a explicar el porqué de muchos fenómenos que, para bien o para mal, se registraron posteriormente en el país hasta llegar a la sociedad dominicana de hoy.

Las mayores sorpresas no nacen de las epístolas de figuras bastante conocidas como Gastón Deligne, Federico García Godoy, Apolinar Henríquez y otros miembros de la familia hasta llegar al dictador Trujillo, sino de las que se intercambian con dos damas apenas nombradas en los debates intelectuales de los últimos tiempos: Mercedes Mota y Leonor Feltz, quienes con un encanto femenino que a veces sugiere requiebros sentimentales, dicen más con las insinuaciones que con las mismas expresiones tomadas literalmente.

Mota y Feltz pertenecieron al primer grupo de maestras graduadas en el Instituto de Señoritas de Doña Salomé, quienes aunque con algunos años más que Pedro, era evidente que él las superaba en madurez psicológica e intelectual. “¿Por qué te escribiré estas cosas?”, divaga Mercedes en carta que le envía a Nueva York desde Puerto Plata, en 1902, después que le confesara que no había dado “con ningún hombre que me haya cautivado completamente”.

Feltz le manifiesta su tristeza porque “la mala fe predomine siempre” en el país, refiriéndose al mal trato dado entonces al maestro Hostos. Todo un revelador acontecimiento bibliográfico.

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