La madre de la cerveza

Elisabeth  Noelle-Neumann fue una socióloga alemana que se adelantó por mucho a teorizar sobre los efectos de la comunicación de masas y de la opinión pública en las sociedades. Su libro “La Espiral del Silencio: Nuestra Piel Social” explica&#82

Elisabeth  Noelle-Neumann fue una socióloga alemana que se adelantó por mucho a teorizar sobre los efectos de la comunicación de masas y de la opinión pública en las sociedades. Su libro “La Espiral del Silencio: Nuestra Piel Social” explica como al alrededor de un tema se van sumando grandes corrientes de opinión favorables que silencian los criterios que se les contraponen. Quienes se ven en minoría frente a estas grandes olas de opinión suelen callar por temor a aislarse del grupo, es “un efecto vagón”, todos nos montanos del lado de la corriente mayoritaria, aunque la verdad este en la otra orilla.

Esa lógica de la mayoría, de los medios de comunicación, de las redes sociales es la que determina las acciones de los políticos y los gobiernos. Lo que resulta reprochable es que esa lógica invada el ánimo de quienes tienen que ejercer la labor cuasi celestial de administrar justicia.  Jesús de Nazaret fue víctima de uno de esos infames juicios populares y  desde entonces se le ha llamado al fenómeno de juzgar por los gritos de las masas populismo judicial.

Sthefanny Estévez Taveras es una madre pobre, marginada y oprimida de un paupérrimo barrio de Santiago. En plena adolescencia ya estaba embarazada. No vivió la vanidad divina de una joven quinceañera. La pobreza, la falta de educación y la ausencia de un Estado que le protegiera  le lanzaron a la vorágine de la maternidad precoz.

Su viaje por la vida ha sido a  grandes saltos, a través de una máquina del tiempo cruel que le ha llevado de niña a madre, sin hacer la parada de la dulce primavera de la adolescencia. Atrás queda un borrascoso pasado en el que no hay álbumes fotográficos de sus quince años rodeada de chambelanes ni pajes. Sólo Sthefanny  con su rostro perplejo de madre prematura en su barrio pobre y,  en su lugar, una foto en Facebook celebrando su desgracia con su “beba” en brazos simulando beber cerveza. Ella es el testimonio vivo de miles niñas convertidas en una vasta legión de madres solteras y confundidas.  Un testimonio fehaciente de nuestra indolencia social.

Ahora se despierta en una cárcel, rodeada de delincuentes comunes, sin apenas entender que la condenan por su propia vida de mujer pobre.

Una justicia inoperante en Santiago, incapaz de detener la larga estela de madres muertas a manos de sus parejas, ha vaciado su sed de venganza en ella.

La misma fiscal que no escuchó los gritos clamando por su vida en la televisión y las redes sociales de Miguelina Martínez de Pueblo Nuevo,  ahora quiere dar “un ejemplo” con Sthefanny, con su marginalidad, con su pobreza, con su confusión.

La arrastran espesada ante las cámaras de televisión como la peor delincuente, la vejan, la condenan antes de juzgarla y le arrancan de su regazo su amada “beba”.

Son los mismos jueces y fiscales que nunca preguntaron quién le malogró su inocencia,  los mismos que nunca preguntaron quién la embarazó siendo una niña y luego la abandonó.

Mientras tanto, la sociedad se pregunta, ¿qué hacer con esta Justicia de Facebook, qué hacer con el populismo judicial, qué hacer con la faltas de garantías de nuestro Estado de derecho?

 ¿Acaso no hubiese sido más razonable ofrecer orientación sicológica a esas dos niñas y a su familia?

En el fondo, como escribió Don Héctor Incháustegui Cabral, nos queda una amarga canción que reza, “patria…y una mujer va arrastrando su fecundidad tremenda….”. 

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