En la calle hay de todo. En todas partes hay también de todo. Muchas cosas que inquietan a la gente, que suele estar algo intranquila. El calor en estos tiempos estimula los grados de irritación. Hasta la percepción de inseguridad altera el temperamento.
En cualquier ciudadano simple que se acerca la gente ve a un potencial atracador. Y se está en guardia, vigilante, esperando el ataque. Incluso, cuando dos personas sobre un motor de dos ruedas se acercan rápido por el lado del conductor, el sentido de vigilancia se torna más activo.
En las calles están los muchachos que venden cualquier cosa. Hasta perros. También están quienes limpian vidrios sin que nadie se lo pida. Lo hacen de diferentes formas. Lanzan una esponja o un trapo mucho más sucio que el vidrio, humedecido con un líquido que parece agua. Y ahí empieza todo. Se les dice que no lo hagan y siguen. A veces se molestan. Pueden tornarse agresivos. Cuando han terminado “el trabajo”, expresan desagrado si no les pagan, y a veces con encono si la paga es “ridícula”. Y adoptan actitudes agresivas.
Esos muchachos están a pleno sol haciendo cualquier cosa para sobrevivir. Entre ellos puede haber algunos con antecedentes penales. Podrían ser peligrosos. No tienen un trabajo formal y por eso están ahí.
¿Qué hacer en esas situaciones? Definitivamente, adoptar una actitud serena. En ninguna circunstancia se debe llegar a responder lo que se pueda considerar como una agresión.
Y peor aún, cómo irse al extremo de disparar y matar, no importa el tamaño de la ofensa. Para evitar los límites hay que andar tranquilo, deben evitarse las provocaciones, porque en la calle hay de todo. Y lo más importante: siempre estar armado de templanza y de la fuerza que provee la sencillez, bien acompañada de la prudencia, armas clave para evitar las situaciones difíciles.
