Muy joven descubrió su vocación por la medicina. Una ciencia prácticamente desconocida en esta media isla se había convertido en el centro de su atención.
Un día, con la determinación de un adulto, aunque apenas era un niño de 15 años, le dijo a su padre: “voy a ser neurocirujano”. En estas páginas cuenta las andanzas en el largo camino que le llevó a alcanzar su sueño. Todavía se emociona cuando recuerda el día que, a los 21 años de edad, abordó un avión rumbo a Inglaterra, solo, con escasas nociones de inglés y pocos recursos, pero con mucha alegría. Éste lo describe como el día más feliz de su vida.
Logró su objetivo, recibió una sólida formación académica y regresó a su país donde desde 1976 ha puesto al servicio de los dominicanos sus conocimientos científicos. La conversación es amena, una vida llena de historias interesantes, pero en la cual, como en la de todo ser humano, no faltan los episodios de tristeza; es por eso que sin hacer mucho esfuerzo, responde que el momento más triste de su existencia fue el día que vio morir a su hijo Oliver. “La muerte de un hijo es como si te arrancaran un pedazo del alma”.
1. Sus orígenes
Nací en San Juan de la Maguana, el 25 de septiembre de 1940. Mi madre fue una maestra de muy larga data, y mi padre después de trabajar muchos años en el magisterio, se graduó de abogado y ejerció esa profesión hasta los 95 años. Ambos fallecidos. Tengo dos hermanos, María Elisa y Juan Francisco. Mi infancia transcurrió en los pueblos del país, porque los maestros de asa época tenían que viajar mucho y eso hizo que viviéramos en muchas ciudades y en la capital.
2. Graduación
Me gradué en el año 1963. Recién graduado me marcho a Inglaterra, donde permanezco hasta el año 1970 y luego, voy a Estados Unidos a terminar mi residencia, primero en Neurocirugía, en Vermont, al norte de los Estados Unidos y regreso a practicar la medicina en el hospital Salvador B. Gautier hasta el 1976, en ese mismo año, me traslado al hospital Luis Eduardo Aybar, y desde entonces he estado aquí.
3. Los muchachos de aquella época
Antes no teníamos grandes diversiones. Por ejemplo, al salir de la escuela, lo que hacíamos era ir al río. Yo me bañaba en el río todos los días de mi vida. Lo que nos divertía era el maroteo, coger todas las frutas que encontrábamos. Yo me debo haber comido dos millones de mangos cuando era muchachito. Me comí todos los que me iba a comer a lo largo de mi vida.
4. La herencia de mis padres
Mis padres, Sarah María Herrera Lagrange y mi papá, José Altagracia Puello Rodríguez eran maestros, dos personas muy cultas y con un altísimo sentido de la responsabilidad y de la importancia de educar a sus hijos. Recuerdo que todos los días, mi padre me hacía narrarle un capítulo de El Quijote de la Mancha. Yo tenía que leerlo y decírselo en la comida. Mi afición por la lectura vino desde la niñez, porque me obligaban a leer. Los dos entendían que la mejor forma de avanzar en la vida era preparándote. Debido a eso, yo me gradué con el honor más alto que se podía graduar un bachiller en esa época.
5. Vocación desde niño
A los trece años sabía que iba a estudiar Medicina, me gradué de bachiller a los 15 años. Hay un libro que se llama “Cuerpos y Almas” de un autor holandés llamado Maxence Van Der Meersch. Ese libro me lo dio a leer mi papá, trata sobre la vida de un médico en la primera Guerra Mundial. El protagonista quería ser neurocirujano, que era una ciencia que estaba en ciernes, y a mí me impresionó tanto que de inmediato le dije a mis padres que iba a estudiar medicina y que iba a ser neurocirujano. En esa época no era tan fácil y ellos no tenían posibilidades de pagarme la universidad. Un maestro ganaba 25 pesos y además papá era enemigo del régimen y no podía trabajar.
6. Residencia médica
Por muchos años viví en el hospital Luis Eduardo Aybar. En esa época muchos estudiantes vivíamos en los hospitales, porque en los hospitales no había médicos de noche y los que hacíamos todas las operaciones y todo lo que se presentaba éramos los estudiantes. Trabajé en el Hospital Internacional, que fue donde llevaron a Pedro Livio Cedeño la noche que mataron a Trujillo, por eso es que yo participo en la operación a Pedro Livio Cedeño. Arturo Damirón Ricart fue quien lo operó y yo lo asistí. Esa noche vi cómo lo torturaron y no dijo nada, no delató a nadie.
7. Buenos amigos
Yo trabajé durante los seis años que duró la carrera. Donde trabajaba me daban comida y cama, no me pagaban, pero yo conseguía un dinerito poniendo inyecciones, me ganaba 50 ó 25 centavos y así podía comprarme algo de ropa. No puedo decir que fueron años duros, porque cuando uno está enfocado en algo, eso no te parece difícil. Tuve grandes amigos que me ayudaron como Fernando Defilló, José González Cano y Fernando Ballester, que me prestaban sus libros para estudiar porque yo no podía comprar libros. Ellos me prestaban los libros en vacaciones, los leía y tomaba notas; cuando venía el curso, como ya yo había leído todas las materias, mis notas eran sobresalientes.
8. Estudiante dedicado
Como mis padres no me podían pagar la universidad, yo vine con una beca de los Rotario a estudiar Medicina, pero a partir de ahí, yo me gané la inscripción todos los años, nunca pagué la universidad, ni un sólo centavo, hasta que me gradué, y como obtuve Magna Cum Laude, que en esa época era prácticamente imposible, la universidad me beca y me voy a estudiar al extranjero. Le enseño a mis hijos y a los estudiantes, que lo importante es prepararse, que los años de formación son años que no vuelven. Los años entre los 18 y los 21 son la oportunidad para formarse bien, porque de ahí va a depender su futuro. Yo soy el mejor ejemplo de eso, nunca pagué un solo centavo por mi formación ni aquí ni fuera de aquí.
9. La muerte de Oliver
Mi hijo murió cuando tenía 23 años, ya estaba graduado de Arte y Diseño en Chavón. Nadie sabe lo que eso significa hasta que te pasa. No hay forma de explicarlo. Cuando eso te ocurre, la única descripción que yo encuentro, la más acertada es que la muerte de un hijo es como si te arrancaran un pedazo del alma. Ese es un dolor que no se olvida, y mira que yo aquí lo veo todos los días, cuando se muere un paciente y comprendo ese dolor mucho más, después que murió Oliver. Eso es inolvidable, la gente no se olvida de eso nunca más. Yo me acuerdo de Oliver todos los días, sin excepción, varias veces al día, como si estuviera vivo. La gente piensa que la vida es trago, bachata, dinero y discotecas, pero para los que vivimos en estas cuatro paredes lidiando con el dolor humano, la vida es otra cosa.
10. Al servicio de la salud
Mi labor hospitalaria ha consistido principalmente en atender a los que no tienen recursos para acceder a este tipo de tratamientos y es una labor que no voy a abandonar a menos que me vea imposibilitado físicamente. Mientras yo tenga fuerzas seguiré haciendo mi labor aquí en el hospital público. El médico tiene que tener dos direcciones fundamentales, sino, es mejor que no haga esta profesión. Uno es el respeto a la dignidad humana, a la dignidad del paciente y el segundo es la compasión. Solamente así uno puede hacer buena medicina. Eso tiene que venir complementado con una buena preparación académica.
La formación del profesional
“El gobierno británico y la Universidad de Santo Domingo fueron las dos instituciones que hicieron posible que yo terminara mis estudios en Europa. Y debo decir que esa estadía en Europa fue muy importante para mí, un muchacho joven, de 21 años, que se va solo a Europa y está expuesto a todo lo que el viejo continente te puede dar, sobre todo, la cultura, la medicina de alto nivel, los sitios que conoces, las personas con las cuales te estás codeando todo el día. En la Universidad donde estudié en ese momento había más de 15 premios Nobel, entonces esa fue una etapa de formación sumamente importante para mí. Sobre todo para mí que venía de una pequeña isla del Caribe. Fue algo muy impresionante. Nunca terminaré de agradecer a Gran Bretaña lo que yo aprendí allá, tuve acceso, en ese momento, a la medicina de más alto nivel que se ejercía en Europa. Eso también me marcó profesionalmente para toda la vida. Tuve la suerte, la oportunidad o el destino de contar con personas como el doctor Ney Arias Lora, que me ayudó para que yo pudiera ingresar a una de las universidades más prestigiosas del mundo, como es la Universidad de Oxford en Inglaterra. En ese período, que fue muy largo, también tuve la oportunidad de estar en la Universidad de Londres y un año y 4 meses en la Universidad de Gales y eso me dio una sólida formación profesional. Durante más de 30 años impartí docencia de Neurocirugía, Neuroanatomía y Neuropsicofisiología. La vida académica me llevó a ser presidente del Intec por un período bastante largo, también, por otro período muy largo, fui presidente del Consejo de Directores de Intec”.