Lo que muchos temían y lamentan: el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) está condenado a una división definitiva e inevitable, lo que se afirma en las posiciones irreductibles de dos puntos de vista, uno institucional y el otro levantisco, una tercera fuerza que quiere cobrar dimensión propia (Luis Abinader), mediante la separación formal de Hipólito Mejía y subgrupos diversos que no tienen certidumbre para canalizar sus ambiciones políticas o personales.
Más que lo primero, la irreductibilidad de los grupos, es la ausencia de un liderazgo moral y real, con suficiente fuerza de sustentación en las bases que legitime una capacidad para administrar los intereses en juego. Esa realidad no tiene nada que ver con proclamas de representación del peñagomismo o con un indeterminado control de los organismos de base.
La división del PRD tiene que ver con la convicción profunda de su presidente, Miguel Vargas Maldonado, de que fue objeto de una traición en connivencia con el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y una parte del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) para provocar su derrota en la convención de marzo de 2011. Asimismo, en el convencimiento de Mejía, de que Vargas Maldonado se coaligó con el gobierno del PLD para evitar su triunfo en las elecciones pasadas.
A los resentimientos políticos se le han agregado odios y rivalidades. También hay quienes hablan de diferencias generacionales. Que en la convención para elegir el candidato presidencial estaban en juego dos generaciones políticas y que mediante trampas una tronchó el camino de la que podía representar una nueva etapa para el PRD.
Al margen de todos esos resentimientos, que en política suelen quedar en el olvido cuando un motivo principal puede juntar a los contrarios, la cuestión esencial, sin embargo, sigue siendo la ausencia de esa fuerza con capacidad de convocatoria para administrar los conflictos. En el pasado correspondió a José Francisco Peña Gómez, quien fue efectivo para tal propósito cuando no corría como parte interesada. Cuando se sometió a una competencia interna, su liderazgo resultó gravemente erosionado por el fuerte posicionamiento de su contrincante Jacobo Majluta. Sólo cuando de nuevo recobró el control absoluto del partido, pudo imponer su autoridad administrando conflictos entre terceros.
Y no se advierte el surgimiento de un Peña Gómez en el PRD. El último candidato presidencial, cuando anunció que se convertiría en el líder de la oposición, lo primero que hizo fue lanzar un movimiento para materializar la expulsión de Vargas Maldonado, sin el menor sentido común e ignorando que el control institucional y orgánico del partido pasaba por el Tribunal Superior Electoral.
Es decir, no tenía en sus manos los poderes legales para materializar lo que entendía su poder fáctico absoluto, inmediatamente después de la derrota del 20 de mayo, cuando una buena parte del perredeísmo buscaba un culpable de su derrota más allá de su entorno. No comprendía que la salida a la crisis tenía que ser institucional y que racionalmente tendría que esperar la materialización de la convención nacional en los términos previstos en los estatutos del partido.
Frustraciones
En los tiempos de las escopetas su proclama de expulsión hubiese tenido sentido, pero ahora, con nuevas instancias institucionales, bajo control mayoritario del partido de gobierno, no podía cosechar más que frustración de las bases.
Mientras, las diferencias se han agudizado, y muchas personas pierden la confianza en el PRD como instancia para canalizar sus apetencias de poder. Hasta un diputado, Cristian Paredes, se adhirió al Movimiento Democrático Alternativo (MODA), aliado del PRD en las pasadas elecciones, “cansado” de los dimes y diretes en su organización madre.
Antonio Marte, un hombre de la intimidad de Hipólito Mejía, también está fabricando su tienda de campaña y ha anunciado el movimiento “Primero la Gente”, con el propósito de registro electoral. En el PRD, Abinader, que se alió con Mejía y se ganó la candidatura vicepresidencial, ya empezó a deslindar campos y dejó la cobija prestada para reorganizar su grupo.
Vargas Maldonado sigue aferrado a la legalidad de su partido. Reestructura los organismos nacionales y las seccionales del exterior. Restablece vínculos con los estamentos de la sociedad conservadora. Visita la Iglesia Católica, el Conep, la JCE, los estamentos del poder institucional y trata de diferenciarse del PRD levantisco de Mejía.
Mediación
Una comisión mediadora constituida por Siquió NG de la Rosa, Eligio Jáquez, Neney Cabrera, Ángel de la Cruz, Nelson Espinal, William Jana y Peggy Cabral, intenta un diálogo imposible para reunificar a un PRD que ya no constituye la expresión de dos tendencias, que se niegan en todos los planos.
La desconfianza, el estado pasionario se mantiene al rojo vivo, las amenazas de expulsiones sólo suspendidas en la imposibilidad legal no permiten propiciar una “conciliación conveniente”. Los mismos interlocutores carecen de validación de los dos principales actores. Si bien Hipólito la acoge, Miguel la recela discretamente. De hecho, ayer Vargas le envió una carta a esa comisión en la que, aunque reconoce la buena intención de los comisionados, advierte que los temas que estos plantean deben ser discutidos en el marco de la “agenda institucional” del partido blanco.
¿Qué posibilidades podrían surgir para un reencuentro en el PRD? Medidas a partir de los procesos de atrincheramiento a todos los niveles (el último escenario lo constituye la Asociación Dominicana de Profesores (ADP), donde los grupos compiten dividido frente a los candidatos del gobierno y de la izquierda), lo que está a la vista es la formalización de la división. Sólo que hasta ahora ninguno de los actores principales han encontrado el mejor canal que liquidar al contrario.
Cerrar los ojos
Si los perredeístas cerraron los ojos por unos instantes y descubrieran que pueden poner a un lado sus diferencias y celebrar una convención, entonces surgiría un obstáculo muy difícil de salvar: el padrón electoral.
Además de las competencias por el predominio, al PRD se le agrega la tendencia a la fatalidad caótica. Precisamente, fue la falta de un padrón confiable que condujo al conflicto de la convención del 6 de marzo de 2011 en que Vargas Maldonado se sintió traicionado.
El acuerdo fue la utilización de un padrón semiabierto que prácticamente sentó las bases para el caos. Ahora habría que crear un nuevo padrón o negociarlo, lo que conduciría de nuevo a una trama kafkiana. Es un largo proceso al que no se le alcanza a ver una salida que no sea el predominio de un grupo sobre otro. En términos más simples, la división inevitable. Y no sería la primera vez.
A los resentimientos políticos se le han agregado odios y rivalidades. También hay quienes hablan de diferencias generacionales…”