Ganar respeto del pueblo

Otra vez ha iniciado en la República Dominicana un proceso hacia una nueva reforma fiscal como única alternativa aparente para que el…

Otra vez ha iniciado en la República Dominicana un proceso hacia una nueva reforma fiscal como única alternativa aparente para que el Gobierno del presidente Danilo Medina trate de honrar sus compromisos y promesas de campaña. Esto, que en principio parece atemorizar, puede ser una gran oportunidad para que el sector público, el sector productivo privado y otros sectores sociales, se sienten en la mesa del diálogo y en conjunto produzcan un verdadero pacto fiscal que contribuya a la igualdad social en República Dominicana y a fortalecer el aparato productivo nacional.

Para hacer esto posible, sin embargo, es necesario que se parta de un verdadero análisis de la situación fiscal en el país para que la reforma no consista únicamente en ampliar bases impositivas o en agregar nuevos impuestos a una población cansada de tributar ante servidores con pocos atributos, sino que además se eliminen distorsiones que fomentan prácticas de competencia desleal y se dispongan medidas que garanticen la racionalidad en el uso de los fondos públicos que el presidente Leonel Fernández nunca mostró en alguna de sus seis reformas fiscales. En un Estado con maestría en derroche y despilfarro, no hay certeza alguna de que nuevos sacrificios económicos de los dominicanos sirvan realmente al bienestar de la colectividad.

El gobierno pasado fue muy ágil y competente para aumentar las recaudaciones, pero incapaz de cumplir sus propias reglas de austeridad para tratar de administrar con eficiencia los recursos del Estado drenados por la corrupción, el clientelismo, las abultadas nóminas, las oficinas y ministerios innecesarios, los viáticos y privilegios, los viajes presidenciales, las jeepetas y los mítines.

En este sentido, las medidas de austeridad propuestas hace unos días por el presidente Medina, si bien, son más simbólicas que disuasivas, ya que el sistema de consecuencias a su incumplimiento ni está muy claro ni luce eficaz, permiten al menos la tenue esperanza que otorga el beneficio de la duda.

Dicho simbolismo, sin embargo, nunca saldrá del idealismo utópico si los ojos del palacio siguen cerrados ante la práctica de tantos funcionarios públicos cuyas cabezas la población pedía a gritos y que en cambio fueron premiados mediante ratificaciones en sus flamantes cargos y lujosos estilos de vida.

El nuevo gobierno necesita que el pueblo le de su justo plazo de gracia para mostrar sus intenciones. Ahora bien, corresponde a esta administración emplearse a fondo para ganarse el favor y el respeto de una ciudadanía escéptica y marcada por el recurrente engaño en el uso de su dinero.

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