Las empresas comerciales e industriales productoras de cualquier bien o servicio, son entes cuyo objetivo es obtener niveles de rentabilidad suficientes para su buen funcionamiento y para generar las riquezas que desean engrosar sus propietarios o accionistas. Es una práctica de lícito negocio.
Pero en sus afanes por obtener ganancias, muchos representantes del sector empresarial, tanto aquí como en el ámbito mundial, se han dado cuenta de que además de generar empleos y pagar impuestos, deben devolverle a la sociedad una parte, aunque sea mínima, de lo que tienen, pues sobreviven gracias al consumo de las personas que, ya sea directa o indirectamente, son sus clientes.
Ese proceso, en diferentes expresiones, es lo que técnicamente se define como responsabilidad social corporativa, una labor que ahora está de moda, pero que muchas empresas dominicanas la vienen desarrollando desde mucho antes de que surgiera como un concepto teórico a poner en práctica.
La relación de las empresas con las comunidades, especialmente los sectores que están cerca de sus centros de operación, es de un impacto importante. Para una pequeña comunidad, el hecho de que una empresa invierta en la reparación de su escuela, remozándola con pintura, sustitución de butacas, pizarrones…, es posible que apenas sea una parte mínima de su presupuesto operativo; sin embargo, es algo extraordinario para los padres y alumnos del centro educativo.
La reparación o construcción de un estadio de béisbol en una remota comunidad rural, agregando los uniformes y utensilios deportivos del equipo infantil local, no tiene precio. Son aportes que valen mucho y cuestan poco.
Qué bueno que en República Dominicana existe una gran madurez empresarial, de gente que fortalece la economía con sus inversiones, genera empleos, y a la vez, dedica espacio para ir hacia los más necesitados a compartir parte de sus riquezas con aportes a la sociedad.
