De los miles de niños y niñas que han crecido en las Aldeas Infantiles SOS República Dominicana, durante los 32 años que tiene esta ONG en el país, una gran mayoría son profesionales productivos con una vida sana y plena.
Hoy dos aldeanos cuentan cómo fue su estadía en estos hogares de acogida y agradecen la formación recibida de sus respectivas familias SOS. Ambos aseguran que fue una experiencia enriquecedora que los ayudó a crecer, física, intelectual y moralmente.
Antes y después de Aldea
Antonio Peguero es uno de los egresados de esos albergues. Es el segundo de tres hermanos. Llegó a la aldea de Los Jardines del Norte a los 9 años, junto con su hermano menor, luego de que su madre falleciera a los 37 años por problemas asmáticos.
Explica que siempre creyó que su padre había muerto, pero hace unos años descubrió que no, que su madre les había ocultado que su papá los había abandonado.
“Me suplieron todas las necesidades que yo tenía: estudio, ropa, amor, alimentación y techo. Me dieron calor de hogar y una familia”, afirma agradecido.
A los 18 años y tras terminar sus estudios primarios y secundarios, Antonio pasó a una de las residencias juveniles con que cuenta la institución, donde continuó su formación superior. Al mismo tiempo consiguió un trabajo en el Banco de Reservas, donde laboró por 20 años. Con lo que ganaba pagaba sus estudios.
Ahora Antonio tiene 40 años, es egresado como licenciado en Administración de Empresas de la Universidad del Caribe y es el propietario de “Poliquímica”, una pequeña empresa que trabaja en la elaboración de productos químicos como detergentes, lavaplatos y desinfectantes, cuyo principal proveedor es el Estado dominicano.
“Yo le vendo principalmente a instituciones del gobierno. Dependiendo de los pedidos que hacen, elaboro el producto”, asegura. Además, está emprendiendo un nuevo proyecto como socio de la compañía Vanahí, ubicada en San Cristóbal, que elabora productos derivados del chocolate.
Un contable exitoso
Otro egresado del hogar de Los Jardines del Norte es Juan Meléndez, de 35 años. Este aldeano es oriundo de la provincia Azua, y llegó al albergue en 1981 a la edad de cuatro años por condiciones parecidas a las de Antonio.
Primero quedó huérfano de madre, y su padre, un campesino que labraba la tierra, no tenía las condiciones económicas para cuidar de los ocho hijos que procreó. Junto con tres de sus hermanos, de dos, cinco y seis años, respectivamente, Juan llegó a la aldea donde permaneció por 14 años.
Después de haberse preparado en educación básica y media, con el apoyo completo de la institución, se independizó e ingresó a la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), donde se graduó de licenciado en Contabilidad.
Años más tarde se casó y hoy tiene una niña de 12 años y un varoncito de cinco.
Desde 1996 trabaja como auditor en una empresa de contabilidad y es dueño de la firma de auditores Meléndez y Asociados, empresa con siete años de creada y la cual, explica, le provee los recursos económicos suficientes para cuidar de su familia. En su negocio tiene tres empleados también aldeanos.
Agradezco a Dios porque tuve la oportunidad de crecer en ese lugar excepcional”.
Antonio Peguero
Me siento afortunado y especial por lo que me ofreció mi familia aldeana”.
Juan Meléndez
¿Qué significa ser Madre SOS?
Niurka Féliz
Madre por 17 años en aldea
“He tenido una experiencia muy bonita, me siento muy bien de estar aquí dándole amor y cariño a estos niños sociales, aunque no los siento como niños sociales, yo más bien los quiero como si fueran mis propios hijos”.
Deisy Alcántara
9 años como madre SOS
“Yo los considero como mis hijos biológicos. Aquí me he sentido feliz, ha sido una experiencia maravillosa porque, en mi caso, ya mis hijos tienen su vida realizada y aquí puedo brindarles amor a estos niños y jóvenes que tanto lo necesitan”.
Doña Tata
21 años cuidando a tres generaciones
“Yo nací para cuidar niños, toda mi vida he cuidado niños y para mí es algo normal, me sale del corazón. No tuve hijos biológicos, pero de verdad que no me han hecho falta. Los niños de aldea me alegran la vida, ha sido una experiencia muy bonita”.
Aseguran que no olvidan sus raíces aldeanas
Tanto Juan como Antonio cuentan que no pierden contacto con el hogar que les vio crecer. Explican que sus etapas en la aldea fue lo que definió su suerte y su futuro. Es por eso, manifiestan, que colaboran con otros niños que al igual que ellos una vez, necesitan de una mano amiga. “Como vengo de la caridad, de personas que se condolieron de uno, entonces yo trato de devolver un poco de eso de una u otra manera”, cuenta Antonio.