El motivo que lleva a una mujer a adoptar es principalmente la incapacidad para concebir. Pero existen casos en los que esa carencia se suma al deseo de darle un hogar a un niño o niña que no lo tiene o que donde vive no le suplen las necesidades básicas para su desarrollo sano.
Esas razones fueron las que llevaron a convertirse en madres por elección a tres mujeres que hoy cuentan cómo fue el proceso y cómo les cambió la vida esa experiencia.
Después de ocho años de casados y ante la imposibilidad de ser padres, Mercedes Castillo, de 44 años, y Luis Enrique Hernández, de 43, adoptaron en 2004 a Jullian Manuel, en la República Dominicana. La pareja vive en el municipio Guaynabo, Puerto Rico, de donde Luis Enrique es oriundo, pero eso no les impidió cuidar a su futuro hijo desde el mismo vientre de su madre biológica, una joven veinteañera que pretendía abortar porque no contaba con el apoyo de su familia y “mucho menos” con el padre de la criatura.
Ana Delia Medina y Juan Almánzar tampoco pudieron procrear. Y a pesar de que Juan tenía ya una hija de su primer matrimonio. Ana sentía la necesidad de tener su propia hija. Esa fue la principal motivación para adoptar a Ginelly Mariee, hace 10 años. La niña, que ahora tiene 15 años, venía de una familia descompuesta, con carencias económicas, educativas y morales, además, su padre, que padecía de alcoholismo, la golpeaba constantemente. Según Ana, brindarle a Ginelly una mejor calidad de vida, fue la otra razón por la que ella y su esposo decidieron adoptarla.
En 2003, Colette Marie constituyó el primer caso de adopción privilegiada nacional. Hace ya nueve años que Lucy Cosme y Procope Stourias adoptaron a la niña de apenas unos meses de nacida, a raíz de que su madre bilógica se la entregara voluntariamente porque “no poseía las condiciones adecuadas para criarla”.
A diferencia de Colette y Ginelly, Jullian no sabe que es adoptado y Mercedes no quiere decírselo ahora por temor a que el niño los rechace. “Todo a su debido tiempo”.
El rito de la verdad
Expertos en la conducta humana coinciden en que es saludable para el adoptado irle hablando de sus orígenes de una manera sutil durante su crecimiento hasta llegado el momento de decirle la verdad completamente
La directora del Centro de Investigación y Ciencias de la Familia, Marta Rodríguez de Báez, recomienda “levantar el secreto” entre los seis y ocho años, considerando que a esa edad el adoptado tiene la madurez suficiente para comprender la naturaleza de su origen. En tanto, la terapeuta familiar, Marina Orbe, no establece una edad específica, sino más bien entiende que todo va a depender de cómo la familia desarrolle los vínculos de afecto, de la maduración del niño, del amor que le brinden y de su crianza.
Ambas sugieren hablarles en estos términos: “Tú eres mi hijo del corazón, eres mi hijo elegido, mi hijo esperado, el hijo que Dios me envío”.
La adopción multiplicó la felicidad en su familia.
Lucy Cosme
“Dios nos ha bendecido con nuestra hija”
Cuenta Lucy que Colette, a quien describe como un ángel alegre, llegó de sorpresa a su vida para multiplicar la felicidad en su familia, más que para llenar algún vacío. Colette ya sabe que es adoptada y levantar ese secreto no fue “nada difícil”, según la pastora y comunicadora.
Explica que decirle la verdad sobre sus orígenes fue un proceso que ella y Procope lo trabajaron despacio. “Lo más importante era que ella sintiera la seguridad de cuánto la amábamos, de que era querida, deseada, un regalo de Dios para nosotros”, afirma.
La vida les sonrió con la llegada de un nuevo miembro al hogar
Ana Delia Medina
“Ginelly llenó ese vacío en mi corazón”
Ana Delia explica que con el previo consentimiento y colaboración de los padres biológicos de Ginelly, realizó en un año el proceso legal de adopción. Asegura que después de eso su vida ha cambiado, se siente realizada como mujer. “Hemos tenido nuestros inconvenientes como en cualquier hogar y más ahora que es adolescente, porque es una niña de temperamento fuerte, pero ella llenó ese vacío en mi corazón, es mi regalo”, testifica con complacencia.
Ginelly, una trigueña de ojos agudos y mirada sagaz, siempre tuvo conciencia de que es hija adoptiva. Explica que se siente satisfecha y que sus padres le han dado lo que esperaba de la vida.
Atendiendo a las orientaciones psicológicas previamente recibidas, Ana y Juan permiten que la joven vea a su madre y hermanos biológicos a veces.
Adoptar les cambió la vida “un cien por ciento”
Mercedes Castillo
“Yo siento que él salió de mi vientre”
Mercedes relata que luego de que una cuñada convenció a la joven veinteañera de cederle al niño, viajó a Santo Domingo para conocerla, la llevó a la casa de su madre donde permaneció hasta dar a luz. Semanas más tarde, prosigue, regresó a Puerto Rico y desde allá se mantuvo en contacto y proporcionaba el dinero para el cuidado de su futuro hijo. Cuando el niño nació, volvió e inició los trámites legales para adoptarlo.
El proceso duró cinco años. Antes de adoptar a Jullian, cuenta Mercedes, sentía un “vacío inmenso”. “Salía de compras, cambiaba los muebles y nada me llenaba”, afirma. Ahora es distinto. “Ya tenemos por quien vivir, por quien luchar, estamos bien contentos. Nos mantenemos ocupados con sus tareas de la escuela, con las salidas, son cosas que nos emocionan”, dice. Y puntualiza: “Un hogar sin hijos no es hogar”.