Si algo ha aterrado al ser hu – mano es el hecho inexorable de verse -más que ponerse- viejo, lo que muchos profesionales de la conducta y la personalidad humana entienden es una reacción al temor de sentirse rechazado por cuestión de edad y apariencia. Dicho temor se hace más acentuado sobre todo cuando los años comienzan a reflejarse en forma de surcos en el rostro y párpados y cuello lucen alicaídos, blandos.
Pudiera decirse que el temor a la vejez es asunto de estos tiempos y que el síndrome afecta sobre todo a las mujeres. Pero no. La búsqueda de la eterna juventud viene desde siempre. La literatura universal tiene en El Retrato de Dorian Gray, del irlandés Oscar Wilde, un ejemplo. La novela cuenta que el artista Basil Hallward queda tan impresionado de la belleza del joven Dorian Gray que pinta su retrato. Dorian conoce a Lord Henry Wotton, un amigo de Basil, quien le dice que lo único que vale la pena en la vida es la belleza. Y Dorian hace un pacto con el Diablo para tener siempre la edad y verse como lo pintó Basil. Pero el Diablo se la cobra y mientras él se mantiene siempre joven y bello su retrato envejece. Tras una serie de eventos en que se ve envuelto en crímenes y asesinatos, Dorian asume que su deseo de eterna juventud lo han hecho un ser vano, narcisista y hedonista. Toma un cuchillo y destruye su retrato, y por cada cuchillada se oyen gritos desgarradores. Alarmados, los criados entran a la habitación y encuentran a un anciano irreconocible con el pecho destrozado, y a su lado el retrato de Dorian Gray con la belleza y juventud con que lo pintó Basil Hallward.
Otro ejemplo en la búsqueda de la eterna juventud que la historia recoge es Cleopatra, la última reina de Egipto, perteneciente a la dinastía de los Ptolomeos, quien se bañaba con leche para mantener la lozanía de su piel. Se cuenta también que las hermanas y mujeres de la Roma del emperador Cayo Julio César Augusto Germánico, conocido como Calígula, cuidaban sus rostros con semen de esclavos, a lo que atribuían propiedades rejuvenecedoras.
Proceso natural
La vejez es un proceso natural relacionada directamente con la pérdida de facultades físicas, mentales y con el fin de la vida, pues nadie vive para siempre.
Aunque los científicos todavía no saben con claridad cómo se lleva a cabo el proceso de envejecimiento, ya se están probando tratamientos para revertir la vejez en el ser humano, asegurando que cada día se está más cerca de desvelar los secretos del envejecimiento y lograr que las personas vivan más.
Hace un par de semanas, científicos de la escuela de medicina de la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, lograron revertir el proceso de envejecimiento en ratones ancianos, lo que ha avivado las esperanzas de los amantes de la eterna juventud. No obstante, la aplicación de ese proceso en humanos todavía tomará mucho tiempo.
La psicóloga Soraya Lara de Mármol afirma que estamos viviendo una época donde la superficialidad del sentido de la vida y la persona es lo preponderante, y el culto al cuerpo y a la juventud como un valor a la identidad de la persona.
“Se da una negación de la brecha entre una generación y otra, como por ejemplo, la madre que parece una hermana de la hija o el padre que se ve o está más fuerte y atractivo que su hijo mayor”.
A su juicio estas resistencias van asociadas a conductas que no se corresponden a su generación, estableciéndose hoy día una masa indiferenciada de generaciones.
Es un proceso natural
Fabricantes de cosméticos, terapeutas y cirujanos estéticos, tienen a las mujeres de más de 35 años en el centro de sus propuestas, ya que es precisamente a partir de dicha edad que las arrugas comienzan a hacerse visibles en el rostro. Y es que las mujeres parecen tener un instinto natural a no perder su apariencia juvenil aunque los años comiencen a cobrarle el tiempo.
Por eso, las mujeres tienden a ser las víctimas ideales de la vida eterna. La promesa de la eterna juventud ha engañado siempre. Físicamente la eternidad no existe, todo muere.
Luisa Montero, un ama de casa de 32 años y madre de 3 hijos, no esconde su deseo de “verme siempre bella y joven”. Se siente satisfecha de que fácilmente se cofunde con una mujer de unos 6 años menos.
Dice que “el envejecimiento es difícil de aceptar, sobre todo cuando una ve que comienzan a salirle las arruguitas porque entonces una piensa que antes era bella y ya no lo es”. Montero revela que a pesar de aparentar más joven de lo que es, a veces usa algún tipo de crema para evitar que en su rostro aparezcan lo que define como “desagradables arrugas”.