Amores reñidos, ¿los más queridos o los más odiados?

  Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos,…

Amores reñidos, ¿los más queridos o los más odiados?

  Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos,…

Amores reñidos, ¿los más queridos o los más odiados?

Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos, también puede darnos más años de vida.  

 

Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos, también puede darnos más años de vida, afirma un artículo publicado en el periódico El Caribe.

Según una investigación, divulgada por la revista “Journal of Family Communication” los matrimonios en los que sus miembros se tragan su indignación pueden sufrir una muerte prematura. De hecho, en las parejas en las que uno o los dos manifiestan sus sentimientos y sus protestas y resuelven los conflictos, la longevidad es mayor.

 

“Pero, ¡cuidado! discutir no tiene sentido si solo lo hacemos para desahogarnos, soltar sapos y culebras por la boca y liberar el estrés. Hay que buscar siempre lo positivo de una discusión, en qué hemos fallado, cómo podemos evitar que vuelva a suceder o cómo hacer que la próxima vez sea menos grave.

Identificar el verdadero motivo que nos preocupa, no el que ha generado la decisión, que puede ser cualquier nimiedad como olvidarse de comprar el pan, poner la lavadora o llamar para avisar que llegas más tarde.

En la mayoría de los casos, hay un trasfondo detrás que debemos ser capaces de sacar a la palestra. Bien sea que nos sentimos ninguneado, que parece que el otro no nos escucha porque siempre se le olvida todo, que no nos tienes en consideración, etc.

Negociar, negociar y negociar

El amor no es un negocio ni se fundamenta en un pacto empresarial, pero la clave está en la diplomacia y en saber ceder fifty-fifty; es decir, a partes iguales. Tendrás que pensar en soluciones positivas y en cómo evitar que se vuelva a repetir.

Valorar si la solución será a corto o largo plazo, si es beneficiosa para todos o solo para uno y si es muy difícil de llevar a cabo o no. Al final, debes tener un final feliz con un abrazo intenso y sincero.

Una frase que, pronunciada por uno u otro, oculta algo es “no pasa nada”.

Pasarse días ofuscado, taciturno y sin hablar no es bueno. Hay que ser francos y plantar cara a la realidad aunque tengamos miedo a lo que pueda pensar el otro. Es mucho peor quedarse esperando a que descubran qué nos pasa.

Reconocer la culpa y pedir perdón

Nadie es perfecto y puede que se nos vaya la fuerza por la boca o perdamos las formas. Mucho cuidado con invadir el espacio del otro acercándonos demasiado, elevar el tono de voz y mostrar conductas agresivas que intimiden.

Esas salidas de tono dejan su marca en la relación, es mejor rectificar cuando antes y dejar atrás el orgullo.

Una discusión no debe ser una competición en la que luchemos para quedar por encima del otro. El objetivo no es terminar diciendo: “Te lo dije, ¿ves cómo yo tenía razón?”.

Si aprendemos de ello, mejoramos nuestra forma de comunicarnos, expresar desacuerdos y enfados, la relación saldrá reforzada y preparada para enfrentar el próximo malentendido. 

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Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos, también puede darnos más años de vida, afirma un artículo publicado en el periódico El Caribe.

Según una investigación, divulgada por la revista “Journal of Family Communication” los matrimonios en los que sus miembros se tragan su indignación pueden sufrir una muerte prematura. De hecho, en las parejas en las que uno o los dos manifiestan sus sentimientos y sus protestas y resuelven los conflictos, la longevidad es mayor.

 

“Pero, ¡cuidado! discutir no tiene sentido si solo lo hacemos para desahogarnos, soltar sapos y culebras por la boca y liberar el estrés. Hay que buscar siempre lo positivo de una discusión, en qué hemos fallado, cómo podemos evitar que vuelva a suceder o cómo hacer que la próxima vez sea menos grave.

Identificar el verdadero motivo que nos preocupa, no el que ha generado la decisión, que puede ser cualquier nimiedad como olvidarse de comprar el pan, poner la lavadora o llamar para avisar que llegas más tarde.

En la mayoría de los casos, hay un trasfondo detrás que debemos ser capaces de sacar a la palestra. Bien sea que nos sentimos ninguneado, que parece que el otro no nos escucha porque siempre se le olvida todo, que no nos tienes en consideración, etc.

Negociar, negociar y negociar

El amor no es un negocio ni se fundamenta en un pacto empresarial, pero la clave está en la diplomacia y en saber ceder fifty-fifty; es decir, a partes iguales. Tendrás que pensar en soluciones positivas y en cómo evitar que se vuelva a repetir.

Valorar si la solución será a corto o largo plazo, si es beneficiosa para todos o solo para uno y si es muy difícil de llevar a cabo o no. Al final, debes tener un final feliz con un abrazo intenso y sincero.

Una frase que, pronunciada por uno u otro, oculta algo es “no pasa nada”.

Pasarse días ofuscado, taciturno y sin hablar no es bueno. Hay que ser francos y plantar cara a la realidad aunque tengamos miedo a lo que pueda pensar el otro. Es mucho peor quedarse esperando a que descubran qué nos pasa.

Reconocer la culpa y pedir perdón

Nadie es perfecto y puede que se nos vaya la fuerza por la boca o perdamos las formas. Mucho cuidado con invadir el espacio del otro acercándonos demasiado, elevar el tono de voz y mostrar conductas agresivas que intimiden.

Esas salidas de tono dejan su marca en la relación, es mejor rectificar cuando antes y dejar atrás el orgullo.

Una discusión no debe ser una competición en la que luchemos para quedar por encima del otro. El objetivo no es terminar diciendo: “Te lo dije, ¿ves cómo yo tenía razón?”.

Si aprendemos de ello, mejoramos nuestra forma de comunicarnos, expresar desacuerdos y enfados, la relación saldrá reforzada y preparada para enfrentar el próximo malentendido. 

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Hay que aprender a discutir sin perder las formas. Discutir con la pareja no solo puede ayudarnos a resolver algunos conflictos, también puede darnos más años de vida.  
Según una investigación, divulgada por la revista “Journal of Family Communication” los matrimonios en los que sus miembros se tragan su indignación pueden sufrir una muerte prematura. De hecho, en las parejas en las que uno o los dos manifiestan sus sentimientos y sus protestas y resuelven los conflictos, la longevidad es mayor.

“Pero, ¡cuidado! discutir no tiene sentido si solo lo hacemos para desahogarnos, soltar sapos y culebras por la boca y liberar el estrés. Hay que buscar siempre lo positivo de una discusión, en qué hemos fallado, cómo podemos evitar que vuelva a suceder o cómo hacer que la próxima vez sea menos grave.

Identificar el verdadero motivo que nos preocupa, no el que ha generado la decisión, que puede ser cualquier nimiedad como olvidarse de comprar el pan, poner la lavadora o llamar para avisar que llegas más tarde.

En la mayoría de los casos, hay un trasfondo detrás que debemos ser capaces de sacar a la palestra. Bien sea que nos sentimos ninguneado, que parece que el otro no nos escucha porque siempre se le olvida todo, que no nos tienes en consideración, etc.

Una frase que, pronunciada por uno u otro, oculta algo es “no pasa nada”.

Pasarse días ofuscado, taciturno y sin hablar no es bueno. Hay que ser francos y plantar cara a la realidad aunque tengamos miedo a lo que pueda pensar el otro. Es mucho peor quedarse esperando a que descubran qué nos pasa.

Reconocer la culpa y pedir perdón
Nadie es perfecto y puede que se nos vaya la fuerza por la boca o perdamos las formas. Mucho cuidado con invadir el espacio del otro acercándonos demasiado, elevar el tono de voz y mostrar conductas agresivas que intimiden.

Esas salidas de tono dejan su marca en la relación, es mejor rectificar cuando antes y dejar atrás el orgullo.

Una discusión no debe ser una competición en la que luchemos para  quedar por encima del otro. El objetivo no es terminar diciendo: “Te lo dije, ¿ves cómo yo tenía razón?”.  

Si aprendemos de ello, mejoramos nuestra forma de comunicarnos, expresar desacuerdos y enfados, la  relación  saldrá reforzada y preparada para enfrentar el próximo  malentendido. l

 

Negociar, negociar
 y negociar

El amor no es un negocio ni se fundamenta en un pacto empresarial, pero la clave está en la diplomacia y en saber ceder  fifty-fifty; es decir, a partes iguales. Tendrás que pensar en soluciones positivas y en cómo evitar que se vuelva a repetir.

Valorar si la solución será a corto o largo plazo, si es beneficiosa para todos o solo para uno y si es muy difícil de llevar a cabo o no. Al final, debes tener  un  final feliz con  un abrazo intenso y sincero.

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