Generalmente, la gente quiere a Dios y gustan de lo suyo, pero no reflejan su semejanza, no apetecen ser vistos y reconocidos como sus hijos. Tal clase de “imagen” les perturba, especialmente a la luz de los criterios de su entorno. Consecuentemente, les preocupa más la aceptación de los hombres que la aceptación Divina. Desde el momento en que nuestras vidas se enfocan en la base de satisfacer a los demás y sus demandas, llegamos a convertirnos más como ellos, menos como nosotros y ni hablar de parecernos a Dios. Pero su plan es llevarnos a la estatura de Cristo. Su mandato prioritario, amarle sobre todas las cosas. No es opcional, ni una sugerencia, tampoco una súplica, es el mayor de los mandamientos. ¡Aceptarle es aceptarme, amarle es honrarle!

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