Llegar al estatus profesional en que se encuentra el escultor Juan Trinidad le costó mucho sacrificio, pero sobre todo, valentía para hacerle entender a su padre que quería ser artista, y que, además, las artes plásticas sí se podían estudiar como cualquier otra carrera. Nativo de Bonao, provincia Monseñor Nouel, Trinidad nos cuenta que su padre quería que fuera sacerdote. Esto lo llevó a convertirse en una especie de “novicio rebelde” y tomar la decisión de irse a la Capital a tocar puertas en busca de una oportunidad. “Mi padre, al ser una persona muy católica, no creía que en el arte uno se podía forjar, crecer y trascender”, expresó el escultor, quien reveló que a diario, antes de dormir, hacía sus reflexiones y pensaba que había nacido para ser artista. Indicó que un día le dijo a su progenitor “papá, yo soy tu adelanto, déjame crecer, desarrollarme, pero él nunca lo aceptó, por lo que se vio en la necesidad de irse a la Capital en busca de esa oportunidad.

¿En qué año vino a Santo Domingo?
Vine a la Capital en los años 80, tenía unos 20 años. Fui a Color Visión, en ese entonces estaban Yaqui Núñez, Chiqui Haddad y Patricia Ascuasiati, quienes me acogieron. Allí me encargaba de la limpieza. Después trabajé en la Academia Contemporánea de Danza, donde también me encargaba de la limpieza, hasta que un día Chuchú Cordero, padre de María Cordero, notó talento en mí, y me llevó a trabajar a un estudio de ensayo de grabación que tenía. Gracias a ellos, y a Fernando Báez, fui creciendo, hasta ocupar el puesto de encargado del chequeo de las canciones de la empresa. Luego, por medio de mi primo Marino Sánchez, que era encargado de Cómputos en el complejo turístico Bávaro Beach, me contrataron para encargarme de la escenografía, y aunque no sabía nada de eso, lo acepté. Aprendí a hacerla con los turistas que llegaban al hotel, quienes me ayudaban dando ideas.

¿Cómo se convierte en escultor?
De regreso a Bonao, para visitar a mi familia y saber si mi padre aceptaba mi decisión, crucé por la escuela de Cándido Bidó y vi a los muchachos trabajando. Eso fue un rayo de luz que Dios mandó sobre mí para que viera que ese era mi camino. Con mis limitaciones económicas y sin instrumentos para trabajar, se despertó mi habilidad, y busqué un cuchillo de mesa, una lija, una cuchara y fui al río a buscar un trozo de madera. Con esos utensilios forjé una escultura y se la mostré al maestro Bidó. Le dije que sentía que era un artista y que tocaba puertas desde hacía mucho tiempo. Él me dijo que llevara mi escultura al Centro Cultural de España, donde estaban realizando la primera convocatoria de arte del maestro Antonio Prats Ventós. La llevé, y recuerdo que después me llamaron para decirme que había obtenido mención de honor en el concurso. Además, me enviaron el recorte del periódico.

¿Qué busca destacar en sus obras?
Busco destacar la dominicanidad, la simbiosis de lo que representa desde el inicio de los taínos, porque ellos eran los que estaban radicados en esta isla. Después de nuestros aborígenes, llegaron los españoles y africanos. También, en mis obras represento las expresiones de los libaneses, Oriente, Oriente Medio y Asia.

¿Qué materiales utiliza?
Trabajo con el roble y el guayacán, porque busco ser embajador de lo que tenemos. También la caoba, pero me identifico más con el roble. Una de las cosas que siempre aclaro es que estoy en contra del corte de los árboles. Para muchos la caída de un árbol no significa nada, pero dentro de él hay una vida, gracias al Señor, quien puso gracia en mí para que la manifieste al mundo.

¿Cómo define su “relación” con la madera?
Quizás para muchos sea tosco o brusco de mi parte decirlo, pero vivo preñado de la madera. Mi taller es una sala de parto. Yo tengo una armonía tan profunda con la madera que hasta durmiendo hablo con ella, y ella, desde el taller, me responde. La madera es una procreación, hay que descubrir el lujo que existe dentro de ella.

¿Además de la madera, qué otros materiales trabaja?
He trabajado el bronce, el hielo, la piedra, el hierro; es decir, con casi todos los materiales disponibles dentro de lo que es la escultura. Por ejemplo, en la entrada de la provincia de San Pedro de Macorís tengo la obra denominada “Monumento del cacao”, es una de las creaciones más monumentales que he realizado. Consiste en una mano con un cacao hecha en bronce, donde represento el esfuerzo del hombre del campo mostrando lo de la región, que es el cacao. La base de esta obra está hecha de hormigón tallado. En Gaspar Hernández hay una escultura pequeña en mármol y en piedra. En Quebec hice una obra en nieve de cinco metros por tres; en Ottawa participé en una bienal donde obtuve el séptimo lugar con una obra en hielo.

¿Cuál fue su primera exposición?
Mi primera exposición individual se tituló “Animismo” y la presenté en el Museo de Cándido Bidó. Pero antes de exhibirla, le vendí una pieza a una señora por seis mil pesos. Fue la primera que vendí, y con ese dinero compré una bicicleta, que me servía de transporte por todo Bonao. La gente decía que estaba loco, porque me veían con mi traje puesto, en bicicleta y buscando palos, pero gracias a Dios he llegado a ser un escultor conocido, que ha trascendido y he obtenido premios internacionales en bienales de escultura.

¿Qué proyectos tiene a futuro?
Quiero seguir expandiendo las artes plásticas por toda Europa, lo cual estoy realizando, gracias a Dios. Además, seguir representando la dominicanidad en París, Lisboa, Japón y Suecia con mi exposición itinerante “Magia del Caribe”. También, continuar luchando para que los jóvenes que vienen detrás de mí tengan derecho a llegar.

Gratitud
Le debo mi carrera a Dios. A él le agradezco que haya puesto en mi camino a mi amiga y mentora Marianne de Tolentino, que ha sido mi curadora y mi inspiración para trascender”.

Expansión
Mis obras se encuentran en importantes colecciones dentro y fuera del país como en Etiopía, España, Italia, Viena, Suecia, París y Japón, y a través de ellas la identidad dominicana se está sintiendo”.

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