No bien volvió a su tierra desde la Europa libertaria, cayó sobre él, junto con la bienvenida, esa frase cargada de pena. Y cuando integró con sus mejores amigos el primer grupo subversivo de esta tan triste historia patria, recibió la misma frase como una condena. Y con cada clandestinidad y destierro volvieron con lo mismo. Y desde aquel inolvidable 27, como colofón de cada hecho oprobioso que nos condena a un futuro incierto, se le ha dedicado esa frase amargamente compasiva que hoy, por cierto, pronuncia todo aquel que ve su avejentada figura de prócer entristecido en la Plaza de la Bandera: “¡Pobre Duarte!”

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