Como este es un país sin memoria, las aguas de la tormenta Beryl harán olvidar los estremecedores días de fines de junio e inicio de este mes, cuando la violencia se enseñoreó a lo largo y ancho de la República, acompañada de un extraño comportamiento policial en el que sus agentes terminaban como víctimas o victimarios, a veces de manera inexplicable o estúpida. Pero los daños en el cuerpo social están ahí y nuevos hechos desencadenarán los temores a consecuencia de falta de control frente al crimen.

Un diálogo ayer entre munícipes de uno de los “lejanos” municipios donde no solía pasar nada, obliga a pensar.

-Te llamo más tarde, porque voy para la ferretería, a comprar un llavín reforzado, de esos que abren por dentro y por fuera, porque francamente tengo miedo de que se metan en mi casa y me maten.

-Pero… ¿Cómo va a ser? Fue la inevitable reacción. Y el alterado interlocutor respondió.

-Es que no sabes que frente al motel de la entrada del pueblo asaltaron a un hombre y lo mataron, sin que ofreciera resistencia. Lo pararon, lo despojaron y le dispararon.

-¿Cómo puede ser? ¡Allá, en ese pobladito ocurren hechos como ese!

-Es que no sabes que al otro día atracaron la banca del lado de mi casa. Y un día después asaltaron el súper colmado de la esquina. Menos de 300 metros de donde vivo.

-¿Y la policía?, fue la inevitable contestación.

-¿La policía? Aquí no hay policías. Son cómplices o no hacen nada.

Ese diálogo cierto retrata la cruda realidad de la inseguridad. La gente está asustada, o para ser moderados, “bajo el influjo horrible de los hechos violentos más recientes”.

Para esos días la prensa recogía informes sobre más de cinco mil detenidos en los operativos de las unidades conjuntas de policías y guardias en las calles del Gran Santo Domingo. Entonces se oían los gritos desgarradores de la madre a quien le asesinaron su hijo lleno de ilusiones que estudiaba medicina cuando la acompañaba en la madrugada a instalarse para vender café.

Cuanto hacen los organismos de prevención y represión del crimen tiene valor. Pero nadie confía en que recuperaremos la perdida seguridad.

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