Siempre tuve miedo del espejo, de quedarme atrapado en ese abismo sin fondo y engañoso, el abismo sin fondo del espejo -junto al armario de caoba-, miedo de las serpientes, miedo de aquellos seres, de tantas cosas muertas que viven en el agua podrida del espejo.
Nadie se daba cuenta y yo gritaba por dentro, los veía moverse y nadie se daba cuenta, los veía venir en el agua infame y traicionera del espejo y nadie se daba cuenta.

-¡Pero sí eras tú mismo!

Me aterraba la mirada de hielo del espejo, la mirada insidiosa, descarada, incesante, brutal con que te mira, la descarada burla de esa cosa que mira fijamente, que nunca se está quieta.

-¡Pero sí eras tú mismo!

En el agua peluda del fondo del espejo descubría la mirada, la mirada que busca, que te busca, la mirada escondida, disimulada entre los pliegues escurridizos del espejo, mirada que te mira y te remira en las aguas movedizas del espejo, la mirada de hielo del azogue infernal.

Nadie se daba cuenta y yo gritaba por dentro, los veía moverse y nadie se daba cuenta, los veía venir en el agua infame y traicionera del espejo y nadie se daba cuenta y comencé a gritar por fuera. Mis padres se alarmaron.

-Sólo hay que bautizarlo -dijo el cura.

Después del bautismo siguió aterrándome la mirada de hielo del espejo, la mirada insidiosa, descarada, incesante, brutal con que te mira, la descarada burla de esa cosa que mira fijamente, que nunca se está quieta.

Seguía teniendo miedo del espejo, de quedarme atrapado en ese abismo sin fondo y engañoso, el abismo sin fondo del espejo -junto al armario de caoba-, miedo de las serpientes, miedo en fin de los seres, de tantas cosas muertas que viven en el agua podrida del espejo

-Ahora tiene que hacer la primera comunión- dijo el cura.

Le dije al cura que no se trataba de eso, que siempre y más que siempre había tenido y seguía teniendo miedo del espejo, de quedarme atrapado en ese abismo sin fondo y engañoso, el abismo sin fondo del espejo -junto al armario de caoba, miedo de las serpientes y del árbol prohibido, miedo en fin de los seres, de tantas cosas muertas que viven en el agua podrida del espejo.
-Primera comunión-, volvió a decir el cura.

Después de la comunión, en el agua peluda y podrida del fondo del espejo seguía descubriendo la mirada que busca, que te busca, la mirada escondida, disimulada entre los pliegues escurridizos del espejo, mirada que te mira y te remira en las aguas movedizas del espejo, la mirada de hielo del azogue infernal, La gente que habitaba en el agua podrida del pantano, aquel engendro.

-¡Pero sí eras tú mismo!

Nadie se daba cuenta ni quería darse cuenta y yo gritaba por dentro, los veía moverse y nadie se daba cuenta, los veía venir en el agua infame y traicionera del espejo y nadie se daba cuenta y comencé a gritar por fuera. Mis padres se alarmaron. El cura comenzó a alarmarse.

-Sólo te ves a ti mismo- dijo para tranquilizarme.

No podía ser yo mismo, los veía venir en el agua infame y traicionera del espejo y nadie se daba cuenta.

El hecho es que siempre tuve miedo del espejo, de quedarme atrapado en ese abismo sin fondo y engañoso, el abismo sin fondo del espejo -junto al armario de caoba-, miedo de las serpientes y del árbol prohibido, miedo en fin de aquellos seres, de tantas cosas muertas que viven en el agua podrida del espejo.
Hay que hacer un despojo-, dijo el santero.

Y me hicieron el despojo, me bañaron, me azotaron, me frotaron con gardenia y apasote para despojarme de los malos espíritus y las malas influencias, con albahaca para prevenir el mal de ojo, con ruda para destruir el maleficio, con ortiga cocida en agua bendita con miel para darme protección, con orégano y tomillo para darme vitalidad y me sometieron por último al poder de la oración.

Después del despojo y las oraciones seguía aterrándome la mirada de hielo del espejo, la mirada insidiosa, descarada, incesante, brutal con que te mira, la descarada burla de esa cosa que mira fijamente, que nunca se está quieta.

Te repito lo mismo-, dijo el cura-: no eres más que tú mismo.
No. Definitivamente nadie entiende lo del espejo, es un absurdo, el maldito espejo que se repite sin cesar a la manera de un espejo frente a un espejo. Nadie lo entiende, todos están confundidos y no me perdonan porque creen que no sé lo que digo. Están perplejos. Pero se trata de un espejo. ¿Acaso no lo ven que es un espejo que se repite a sí mismo, se duplica y triplica?

En el agua peluda y podrida del fondo del espejo descubría, seguía descubriendo la mirada que busca, que te busca, la mirada escondida, disimulada entre los pliegues escurridizos del espejo, mirada que te mira y te remira en las aguas movedizas del espejo, el maleficio, la mirada de hielo del azogue infernal, aquel engendro.

-Te repito lo mismo dijo el cura: no eres más que tú mismo, sólo te ves a ti mismo.

Y no, no era yo mismo, sé que no era yo mismo en aquel espejo quebradizo y fatídico que me invitaba a entrar, a sumarme al abismo, una puerta de entrada sin salida a la ciudad perdida, ciudad sin esperanzas, poblada de contornos imprecisos, formas escurridizas de seres sin contorno que aullaban, que corrían, el incendio de napalm, las bombas de racimo, ese mar de difuntos, ese río de sangre, esa corriente de pus, esa cosa con cuernos…

pcs, 30 de mayo de 2018 / 4 de julio de 2018.

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