Feminicidio, feminicidio o femicidio es un crimen de odio, dice la enciclopedia fríamente, como problema distante. Vivimos una creciente epidemia de violencia de género. Diana Russell, promotora inicial del concepto de Feminicidio, lo definió como “el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”. “O mía o de nadie” suele decir el “machote” que expresa la frustración del rechazo de la mujer, que como propiedad, maltrató físicamente o ejerció violencia sicológica tras una dependencia emocional alienante. El asesinato es el clímax, que los criollos con esa patología, terminan en el suicidio. Las cifras alarman, colocándonos como sociedad, en un perverso encasillado de violencia. No pretendo establecer causas científicas ni explicaciones socioculturales que expliquen tan cobarde comportamiento, como extremo de la dominación de género que matiza a buena proporción de los criollos. La nuestra es una sociedad patriarcal con el macho como concepto, su base fundamental, en crisis. Ellas se capacitan, preparan, potencian sus conocimientos, en proporción mucho mayor que los hombres. Basta ver la cantidad de mujeres en las universidades, en puestos de dirección y realizando labores antiguamente exclusivas de hombres. La superioridad de la mujer corre a contrapelo de una sociedad patriarcal ,que no logra superar sus propios esquemas ya desfasados, por la propia evolución. Entiendo que los esquemas machistas que nos dominan se potencian a través de la música que coloca a la mujer como simple objeto sexual, que con una ”pela de bin-bin” cae a los pies del macho dominador al que ella debe exaltar, atender y “adorar”, plegándose a sus abusos, a los atentados contra la dignidad, sujeta a humillaciones, domésticas en ocasiones y generalmente en público. El problema es extremadamente complejo y se evidencia la escuela como un gran instrumento para romper esquemas culturales ancestrales, pero implica una larga espera. El endurecimiento de penas no es solución, toda vez que el asesino por lo general se quita la vida y tras la tragedia no hay sanción que valga. Los huérfanos resultan las víctimas más afectadas, cargando sobre sus hombros las consecuencias de devastadores daños físicos y emocionales. En este mega problema nacional hay ingredientes diversos y mucha hipocresía: “yo no me meto en pleito de marío y mujer”, aunque sepamos que no sea más que el maltrato continuado. Viví una experiencia que me marcó, cuando a la orilla de la laguna de Cabral, tras un frustrante intento de cacería de patos, enfrenté, escopeta en mano, a un sujeto que golpeaba salvajemente a una mujer. Ella me agredió gritando que ese era su marío y que tenía todo el derecho a darle. Fui víctima de las burlas de mis compañeros, hasta llegar a Santo Domingo, luego de la prudente y veloz retirada ante la fiera golpeada. Aportemos todos…

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