A muchos jóvenes latinoamericanos sólo les queda el recurso de la política para alcanzar sus metas de desarrollo personal. Cuando miran a su alrededor observan las inmensas fortunas creadas por el ejercicio directo de la actividad partidista o al amparo de ésta. El fenómeno es pernicioso para la economía, pues el éxito de esos afortunados se ha erigido sobre privilegios irritantes, tráfico de influencias, favoritismo oficial y otras prácticas inmorales. Esa penosa realidad política fomenta la frustración entre jóvenes y generaciones de técnicos y profesionales, a quienes la actividad proselitista no ofrece encanto alguno. Esos son los que finalmente se van o planean irse.

Muchos no emigran por carencia de oportunidades o porque razones muy profundas, como una familia numerosa, les atan al país donde viven o nacieron. Con el auge del populismo, la burocracia se torna cada vez más en un aparato partidario. Así, no basta con capacidad ni dedicación probadas para asegurarse una posición estable en el sector público en cualquier país latinoamericano. Habrá siempre un ferviente y devoto militante presto a ocupar el lugar que le corresponde a un cerebro más despierto o a unos brazos más diestros para el trabajo.

En la mayoría de esos países, las exigencias políticas imponen además la necesidad de abultar el aparato burocrático, de manera que no hay recursos para el pago de salarios adecuados al talento y la consagración. Los gobiernos se incapacitan de este modo para ofrecer oportunidades a jóvenes entrenados llenos de legítimas ambiciones personales. Las circunstancias económicas en que se desenvuelven estos países reducen las posibilidades para miles de ellos que encuentran dificultades para encontrar un trabajo digno. Es natural entonces mirar hacia fuera en busca de la oportunidad que un país no es capaz de ofrecerles a sus hijos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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