La República Dominicana adoptó ayer durante la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos (OEA) una posición muy distante de lo que ha sido el talante de nuestro país en defensa de la soberanía de los pueblos.

Al sumarse a la postura de los países más beligerantes y decantarse por la condena al reciente proceso comicial, cambió radicalmente una posición sensata que postulaba por la solución a la situación venezolana en manos de los venezolanos, libres de injerencia externa, la cual ha probado ser inútil para afrontar una crisis que ha debido zanjarse mediante el diálogo.

La posición dominicana se justificaba por varias razones, pero muy especial por dos, una histórica y otra reciente.

La histórica tiene que ver con una afrenta que ningún dominicano puede olvidar. Me refiero a la ocupación militar de nuestro país en 1965, una canallada del Gobierno de los Estados Unidos que fue avalada por la OEA, la cual se ocupó de conformar una fuerza integrada por varios países, entre los cuales precisamente no estuvo Venezuela.

Mediante esa mal llamada Fuerza Interamericana de Paz, la OEA lo que hizo fue un lavado de cara a una agresión que atropelló la soberanía de nuestra nación, dejándonos un mancha en el alma de cada quisqueyano que dura hasta nuestros días, a pesar del orgullo y el valor con los cuales los combatientes que se enfrentaron a los invasores, pudieron emerger a aquella gesta.

La creación de la fuerza interventora comandada por Brasil y apoyada por Chile, Perú, México, Uruguay y Ecuador, no contó con el respaldo de Venezuela que levantó su voz para oponerse, y al no tener el poder suficiente para impedirlo, decidió abstenerse.

En cuanto a la razón más reciente, esta tiene que ver con el esfuerzo de mediación que encabezó el Gobierno. Durante largas jornadas se procuró que las partes en conflicto en la nación bolivariana llegasen a acuerdos, empeño que, conforme recordó el canciller Miguel Vargas, estuvo a punto de culminar en el entendimiento.

Es decir, son razones muy poderosas que debieron incidir para no sumarse a ningún empeño intervencionista que sólo conduciría a un agravamiento del conflicto, pues media humanidad sabe que la supuesta defensa de la democracia que lleva a cabo la OEA contra Venezuela, no pasa de ser una escaramuza mal disimulada, cuyo objetivo principal es el derrocamiento del chavismo.

¿Fue tan beligerante la OEA frente a los recientes episodios hondureños donde un gobernante se impuso con un fraude y sobre más de 30 cadáveres de ciudadanos que reclamaban respeto a la voluntad popular? No lo fue, de modo que estamos frente a un doble estándar.

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