Los ingleses y franceses habían prometido a los árabes durante la primera guerra mundial la creación de un estado nacional a condición de levantarse en armas contra el imperio turco otomano, del cual formaban parte, y los árabes se levantaron puntualmente confiando en que ambas naciones honrarían al final de la guerra sus palabras.

La promesa, que los aliados de la triple entente no tenían intención de cumplir y no cumplieron, fue hecha a través del celebérrimo T. E. Lawrence, un oficial, arqueólogo, escritor y agente inglés más conocido como Lawrence de Arabia por la película de David Lean. Un agente que jugó, como es sabido, un papel relevante durante la revuelta árabe.

El estado nacional, la tierra prometida, abarcaría casi todo el cercano oriente, casi casi lo que es hoy Arabia Saudí, los emiratos del golfo, Yemen, Irak, Israel, Palestina, Jordania, Kuwait, Líbano, Siria, pero en lugar de eso los ingleses y franceses impusieron a los árabes, a cambio de su valiosa contribución, el tratado secreto Sykes-Picot, muy conocido en la historia universal de la infamia.

Este tratado puso en manos de franceses e ingleses los principales territorios árabes del cercano oriente, a los cuales dividieron antojadizamente en protectorados como el Mandato francés de Siria, el Mandato inglés de Iraq y el Mandato inglés de palestina, el “British mandate”, compuesto por los territorios que ocupan la actual Jordania y la Palestina propiamente dicha, dividida en dos por el Jordán e integrada hoy por Israel, la franja de Gaza y Cisjordania.

Casi toda la inmensa península de Arabia, con sus dos millones de kilómetros cuadrados y sus grandes recursos petrolíferos, sería cedida a la larga a la familia Saudí y sigue siendo propiedad de esa familia, que instauró una monarquía absoluta, una tiranía absoluta, en calidad de administradora de los intereses coloniales.
El régimen está basado, por cierto, en la más rígida y fanática interpretación de los principios del islam, el wahabismo, que Arabía saudita exporta (es el segundo producto de exportación después del petróleo) a través de cientos de escuelas coránicas o madrazas esparcidas por varios continentes.

La compartimentación de Asia Menor, Anatolia, también era parte del tratado. Los ingleses pretendían quedarse con Estambul y con el control de la ruta que da acceso desde el Mediterráneo al mar Negro, pasando por el estrecho de los Dardanelos, el mar de Mármara y el peliagudo estrecho del Bósforo.

“El gobierno de los zares en Rusia fue una parte menor en el acuerdo y cuando ocurrió la Revolución rusa, fueron los bolcheviques quienes publicaron el acuerdo el 23 de noviembre de 1917, resultando que ‘los británicos se avergonzaron, los árabes se consternaron y los turcos se alegraron’”. [1]
Aparte de alegrarse, Mustafá Kemal hizo un llamado a la población, incluyendo mujeres y niños para emprender una guerra de liberación nacional e impedir el reparto de su tierra. De allí saldrían los invasores con el rabo entre las piernas.

El 29 de octubre de 1923 se fundó la República de Turquía y Mustafá Kemal Atatürk se convirtió en su primer presidente, instauró una dictadura popular y ocupó el cargo hasta el último día de su vida, cuando cayó vencido por una cirrosis alcohólica, al igual que su padre.

Atatürk había luchado contra las grandes potencias mundiales a las que, sin embargo, admiraba y tenía como modelo de lo que debía ser Turquía constitucional y culturalmente, y el principal objetivo de su vida fue modernizarla por medio de una serie de reformas que la sacara del atraso secular en que se encontraba. En este sentido, es más fácil decir lo que hizo que lo que no hizo. El pliego de reformas sociales, culturales, económicas, políticas, etc., algunas de ellas traumáticas, revolucionarias, contemplaba en primer lugar la secularización del estado. Es decir: “el paso de algo o alguien de una esfera religiosa a una civil o no teológica. También significa el paso de algo o alguien que estaba bajo el ámbito de una doctrina religiosa, a la estructura secular, laica o mundanal. (Wikipedia)”.

Turquía fue, en efecto, la primera nación islámica en llevar a cabo este proceso, la separación de la religión y el estado, que empezó con la adopción de una constitución, la abolición del califato o del califa como jefe religioso, la abolición de las peregrinaciones obligatorias a La Meca, la abolición de la sharía (el derecho islámico) y su sustitución por un código penal, civil y comercial según el modelo italiano y suizo. En consecuencia, las escuelas coránicas o madrazas fueron clausuradas y sustituidas por modernos centros de enseñanza. Se introdujo entonces “el alfabeto latino (que sustituyó al árabe), el sistema métrico y el calendario gregoriano. La educación fue declarada obligatoria y secularizada, al tiempo que se fomentaba la investigación, especialmente en la historia de la lengua y de la cultura turcas.
Kemal fundó las dos principales sociedades científicas del país (a las que legó la mayor parte de su fortuna personal a su muerte): la de historia y lingüística, así como la facultad de letras de Ankara”.[2] Una parte de la población adulta fue obligada, por cierto, a ingresar a los nuevos centros de enseñanza para ser reeducada. También “se impuso que la llamada a la oración y las recitaciones públicas del Corán (se hicieran) en turco en vez de en árabe” [3] y el domingo fue instaurado como día de descanso.

Para peor, a las viles y despreciadas mujeres se les concedió derecho a voto, derecho a elegir y ser elegidas y a trabajar por cuenta propia, se estableció el matrimonio civil y el divorcio, se prohibió el uso del velo y el uso del fez o sombrero tradicional turco (¡?). Se prohibió asimismo (al menos oficialmente) la poligamia y se incentivó el uso de la moda occidental “y se animó a la juventud turca a empaparse de las tendencias musicales y culturales de Occidente”.[4]

En cambio, el alcohol, al cual Mustafá Kemal era muy aficionado, “dejó de estar prohibido y se impuso la obligatoriedad de usar un apellido, inexistente hasta ese momento”.[5]

“La occidentalización fue acompañada, no obstante, por un proceso de recuperación de la cultura turca, despojada de sus componentes otomanos e, incluso, islámicos. En este sentido, Kemal ordenó una depuración de la lengua, con la eliminación de las ‘impurezas’ árabes y persas. De esta forma, pretendía preservar la unidad turca mediante el respeto a las diversas tradiciones étnicas de la población. A pesar del enorme trasvase demográfico de 1925 (1.400.000 griegos del Asia menor fueron deportados a Grecia, mientras que los 450.000 turcos que vivían en los Balcanes ‘regresaron’ a Turquía), la multiplicidad étnica y religiosa seguía representando un problema para la cohesión nacional preconizada por Kemal. La constitución del Estado laico supuso un esfuerzo por integrar a los diversos grupos bajo un poder nacional despojado de connotaciones imperialistas y confesionales. En 1933, al decretar el uso de los antiguos patronímicos, la Asamblea Nacional otorgó oficialmente a Mustafá Kemal el nombre de Atatürk, ‘padre de los turcos’”.[6]
Pero no se engañe nadie. Mustafá Kemal Atatürk es amado por el pueblo turco y es igualmente odiado por los fanáticos fundamentalistas a quienes despojó de sus poderes e infinitos privilegios. Sin ir más lejos, Recep Tayyip Erdoğan, el actual gobernante de Turquía, está empeñado en deshacer parcialmente la obra monumental de Mustafá Kemal auspiciando un proceso de reislamización de pronóstico reservado. Algo que hasta el momento han evitado los militares progresistas, que de alguna manera se consideran todavía depositarios del legado de Atatürk y representan frente al islamismo radical un elemento de contención.
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[1] Acuerdo Sykes-Picot – Wikipedia, la enciclopedia libre
https://es.wikipedia.org/wiki/Acuerdo_Sykes-Picot
[2] Atatürk, Mustafá Kemal (1881-1938) » MCNBiografias.com
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=ataturk-mustafa-kemal
[3] Ibid
[4] Ibid
[5] Ibid
[6] Ibid

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