El sistema de inteligencia turística se ha transformado en una herramienta fundamental para la gestión estratégica de cualquier destino

La inteligencia cultural empezó a ser objeto de estudio en el ámbito académico anglosajón, y poco a poco se ha convertido en una disciplina con aplicaciones interesantes para los negocios. Dicho campo fue reivindicado como propio desde dos escuelas que disponen de sus propios aparatos conceptuales: la escuela psicológica y la escuela de la interacción cultural.

La primera, escuela psicológica, se centra en la adaptación de un individuo -especialmente en sus dispositivos mentales- a contextos cuyas normas o valores tienen características ajenas a su mundo cultural de procedencia. La segunda, la escuela denominada de interacción cultural, concede mayor peso a la sociología y hace hincapié en los aspectos relacionados con el comportamiento y la comunicación.

Disponer de respuestas apropiadas, desde el paradigma de la inteligencia cultural aplicada al turismo, a los requerimientos de los clientes que visitan nuestro país es un modo de garantizar que no sólo los paisajes y monumentos potenciarán el deseo de volver y compartir con su propio entorno social una experiencia satisfactoria. Actuar apropiadamente según las coordenadas culturales no significa renunciar a las propias, sino ser habilidoso o tener capacidad de adaptación ante personas que no comparten nuestra confesión religiosa o hábitos sociales. La compresión de la pluralidad de formas de estar y ver el mundo es algo más que un gesto de tolerancia, es una opción para mejorar nuestros negocios.

La educación y la experiencia directa son los dos aspectos que garantizan un mayor desarrollo de la inteligencia cultural. Las capacidades individuales respecto a las diferencias se potencian en contacto con personas que provienen de otros lugares. Y la formación, que permite un conocimiento previo de costumbres y tradiciones, es fundamental para tener éxito en la interacción cultural. Ambas dimensiones, la educación y la experiencia directa, permiten crear las condiciones idóneas para acoger clientes que proceden de espacios culturales diversos o para llegar a acuerdos entre empresas de diferentes países.

La formación para garantizar la eficacia en la interacción cultural debe tener en consideración el lenguaje verbal y no verbal. No deja de ser cierto que en el mundo globalizado el inglés es el idioma que permite tender puentes de aproximación más rápidos, pero a pesar del número cada vez mayor de hablantes, el dominio de esta lengua no es garantía de entendimiento con cualquier persona que nos visite. El entendimiento de los deseos y problemas de los clientes es un factor determinante para hacer efectivo el sentimiento de hospitalidad. Junto a la comprensión lingüística tiene una importancia equivalente el lenguaje no verbal: por ejemplo, no todos decimos sí o no con el mismo gesto, y tampoco la distancia con nuestro interlocutor debe ser siempre la misma o puede ser entendida como una muestra de respeto u ofensa.

Cada cultura crea condiciones para construir entre las personas brújulas que guíen sus comportamientos.

Un ejemplo básico de ello es nuestra propia manera de ver el lugar físico que ocupamos en el mundo. Si hacemos una comparación entre los mapas occidentales y los mapas chinos veremos las notables diferencias en la distribución o centralidad de determinados espacios. Otro ejemplo sencillo tiene que ver con lo que se entiende como correcto en las formas de estar en la mesa, cuestión que durante mucho tiempo sólo fue analizada desde la antropología.

La calidad de la oferta turística no sólo se mide por la belleza y conservación del entorno natural o patrimonial, ni por la modernidad de las construcciones hoteleras. Junto a esto, es determinante para marcar las diferencias con nuestros competidores, acertar en las formas de trato que requieren las personas que nos visitan. Por un lado, permitiría ampliar mercados que hoy en día resultan atractivos por su mejor conexión aérea; y por otro, serviría para llegar a personas de nuestros mercados tradicionales que conservan otras maneras de ver el mundo.

La reciente apertura de relaciones diplomáticas con China podría ser aprovechada para generar oportunidades con un mercado donde la clase media -con posibilidades e interés en viajar- está cada vez más consolidada. Una visión que debe articularse apreciando debidamente los “hub” aeronáuticos que permiten escalas de conexión con la República Dominicana. Pensemos, por ejemplo, en el número de vuelos directos con Asia desde México o Panamá (su incremento ha sido progresivo y constante).

El mercado musulmán es otro mundo interesante para seguir haciendo de nuestro país una referencia en el sector turístico. El turista musulmán requiere que los establecimientos que visite estén certificados como “halal”, es decir, que sean respetuosos con sus tradiciones -por ejemplo, con el tratamiento de los alimentos por su trasfondo religioso. Pensar en este tipo de turista no supone dirigir nuestra mirada a Oriente Medio en exclusiva: no podemos olvidar la fuerza de la comunidad musulmana en Asia (consideremos el caso de Indonesia o China) o las comunidades musulmanas en nuestros principales mercados de referencia (tomemos en cuenta su peso demográfico y económico, en los EEUU, Alemania o Francia).

Una parte de la historia de nuestro propio país nos brinda el ejemplo de lo que significa la acogida de lo diferente. A nuestra isla llegaron, a través de generaciones, aventureros, conquistadores, esclavos, exiliados, e incluso náufragos.

La llegada de hombres y mujeres de diversos orígenes convirtieron nuestra sociedad en un espacio plural de convivencia. Hoy seguimos siendo en nuestras formas de fe y matices de color, la consecuencia de esa fusión de procedencias. Por todo ello, República Dominicana tiene el talento, la capacidad y la experiencia para seguir manteniéndose en la vanguardia del turismo global y de encontrar en lo desconocido de la inteligencia cultural, un mundo de oportunidades.

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