Debajo del teleférico

Además del inestimable servicio de transportación que empieza a prestar el teleférico de Santo Domingo, brinda la oportunidad para ver “desde arriba” una realidad imaginada, que no se podía apreciar como ahora lo permite el vuelo colgante sobre unos territorios de acceso escabroso.

Además del inestimable servicio de transportación que empieza a prestar el teleférico de Santo Domingo, brinda la oportunidad para ver “desde arriba” una realidad imaginada, que no se podía apreciar como ahora lo permite el vuelo colgante sobre unos territorios de acceso escabroso.

Aunque los administradores del sistema no permiten que los usuarios viajen con cámaras, sin explicar causas, no hay forma de impedir que las imágenes de abajo, en cada una de las barriadas, a ambos márgenes del río Ozama, impacten los sentidos, y de manera singular, la conciencia.

Y es que el vuelo en el teleférico retrata las desigualdades abismales que aloja el Gran Santo Domingo. Todas esas villas miserables constituidas por las corrientes migratorias de pobladores pobres del interior. Ahí se anidan generaciones desde la década del 60 del siglo pasado. Pese a algunos esfuerzos por humanizar esos asentamientos, continúan las ocupaciones, más descensos en condiciones infrahumanas. Más arriba, no queda más alternativa que adecuar esas posesiones con mejorías llevaderas, como vías mínimas de penetración y servicios precarios.

Los forjadores del teleférico pueden estar satisfechos con esta solución de transportación humana, pero les martilla el cuadro de iniquidad durante toda la ruta. Quizás a eso responde ese empeño de matizarlo con las intervenciones de fachadas en las villas de hojalatas, de zinc raído, cartones, que se precipitan peligrosamente sobre las aguas del río.

Los murales sobre techos y paredes en Sabana Perdida vienen a jugar un rol atenuante de los golpes bestiales de la pobreza en la mayor parte del paisaje. Bonitos, pero no pueden borrar la deuda social plantada hace años en esos sectores.

En Gualey, persisten injusticias y riesgos. Familias que aún no terminan de desalojar. Que merecen un trato justo. Viviendas, incluso una justo al pie, al lado de la estación del teleférico, siguen ahí, como un castigo, no se sabe si a sus ocupantes renuentes a una transacción forzosa, o por la intolerante arrogancia de alguna autoridad.

El teleférico está inaugurado, reluciente. Persisten las mismas miserias y desigualdades. También injusticias.

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