“Los ciudadanos tienen derecho a una vivienda”. ¡Qué bonito suena! Entonces los políticos regalan viviendas…pero no las pagan con su dinero.

Y esto se celebra, pasando totalmente por alto que lo único que nos da realmente el derecho a un techo es si lo compramos. Es decir, si cumplimos con la obligación de pagar por él. Las personas que no pagan por una vivienda (y la consiguen con el favor de un político) no han hecho más que violar el derecho de otras (aquéllas a quienes se obligó a pagar).

Como el buenismo les nubla la percepción hasta a los inteligentes, se aplaude en los medios la entrega de viviendas. Pero no se lamenta el abuso contra los que trabajaron para producir el dinero con que se pagaron.

Los artistas también suelen hablar bonito. Es verdad que no están llamados a “pensar”, si no más bien a entretener. Pero al estar tan expuestos, sus palabras resuenan y ejercen su influencia. Sobre todo cuando dicen cosas como éstas:

“Salvemos el teatro tal con el dinero de todos” (esto es, con el de los contribuyentes; poco importa si a éstos les interesa hacer otra cosa con su dinero, porque a lo mejor no han visto una obra en su vida).

“Volvamos al trueque, a la austeridad, porque el dinero nos esclaviza” (así dijo una actriz a quien no le importó que el dinero como instrumento de pago le haya facilitado la vida a millones de personas, y que tampoco se sentó a analizar las implicaciones reales de volver al trueque).

“Los animales comparten con nosotros la vocación de sufrir” (como si fuéramos iguales).

“Hay un lugar en el mundo que se desliza hacia el miedo, asolado por el fascismo” ( y para el cantante que así se expresó ese lugar era Europa, y no su amada Cuba, que lleva décadas bajo una tiranía comunista y criminal).

Estas son las cosas que se repiten constantemente. Alimentan el culto a muchos narcisistas porque suenan elevadas y en sintonía con las buenas causas. Y poco a poco, a paso firme, han ido desplazando al buen razonamiento.

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