Un personaje clásico de las calles del país y de mis recuerdos del Santo Domingo del ayer lejano: el “friero”. Con particular pregón recorría los espacios urbanos en busca de clientes sedientos, muchachos sudados de los juegos y deportes de entonces u obreros de las construcciones, que combinaban sabor de frutas y preparados, con “pan de agua” o “sobao” “asigún er guto”. “Arrenpujando” un carromato de madera, expresión diversa de la artesanía popular, con ruedas, formas y colores según la creatividad y posibilidades del “empresario” del frío sabor ambulante. Con escasa autonomía, coronado con espacios cuadrados que escoltaban ambos lados de protegido espacio para el “bló de hielo”, sosteniendo un surtido “multisabor” de coloridas botellas de vidrio que permitían a la muchachada y a los adultos, identificar preferencias. En esa pequeña caverna de madera, sus diestras manos “guayaban” la materia prima del inolvidable frío-frío con el “cepillo de hielo”, artefacto siempre de marca Cocacola y manufactura alemana, que, con vigorosos movimientos longitudinales, arrancaban millones de mágicas escamas frías. Como manto húmedo, oscurecido por el tiempo y el “decuido”, un “saco e’pita” cubría aquel bloque cristalino helado, que, al correrlo como cortina hacia un lado, iniciaba el proceso de “elaboración”. Parte importante era golpear repetidamente el cepillo, sobre un pedazo de “gome’carro” colocado apropiadamente en el borde superior trasero del carrito de frío-frío, para compactar el “guayao”, depositado con destreza, en un vasito armado, con papel de periódico sin imprimir, por el propio “friero”. La clásica pregunta: ¿sabor? daba la oportunidad al cliente, al que la parafernalia de la preparación, estimulaba papilas y hacían la boca agua. ¡De tamarindo, y le pone melao!…si los “cuartos” alcanzaban para el sobreprecio por el antojo o un simple “guayao”, consecuencia de la clásica “prángana” infantil. “Sambruesa”, coco, jagua, piña, tamarindo, chinola, limón y muchos otros salían de aquellas maravillosas botellas de néctar azucarado y tapas perforadas, cuyos chorros golpeaban esa nieve de cristales congelados convirtiéndola en una fantástica poción, que por 5 cheles, doblegaba la sed y tranquilizaba el hambre. Parte de cada escuela, era el “friero,” que sazonaba los activos recreos. Virgilio, Papasito, Ciprián, nombres que evocan nuestra memoria infantil y en ellos un homenaje a todos esos mágicos personajes eternos que matizan la infancia criolla. Más tarde, “máquinas” de yun-yun, moderna versión del frío-frío clásico, que con vasitos en forma de cono y cacareada “higiene”, esterilizaron su manufactura artesanal privándola de los elementos que provocaron a generaciones “anticuerpos” infinitos. El “trícículo”, híbrido de bicicleta con carretilla, desplazó al carrito original y le dio más alcance al frío-frío, que ya cambia de nacionalidad, de clientes y de sabores.

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