Como nos tiene acostumbrados, el Banco Central presentó recientemente un panorama optimista de la economía, esta vez en su informe sobre el desempeño económico en el primer trimestre del año. Y lo hizo principalmente porque destacó los buenos resultados registrados en el crecimiento de la actividad económica. El crecimiento estimado del PIB entre enero y marzo de 2018 fue de 6.1%, comparado con el mismo período de 2017. Sin dudas que se trata de una cifra significativa.

Sin embargo, si bien no hay razones para alarmarse, las hay para pensar que 2018 no será tan prometedor como las autoridades sugieren.

Crecimiento en desaceleración

Lo primero que hay que indicar es que, aunque el crecimiento promedio en el primer trimestre fue elevado, el Índice Mensual de Actividad Económica (IMAE) indica que el crecimiento ha venido cayendo. En diciembre fue 7.4%, en enero 7.1%, en febrero 6.4% y en marzo 5.6%. Para despejar dudas sobre si ese es un comportamiento estacional, es decir, normal en esta época de cada año, esas caídas entre enero y marzo no se observan siempre, y no se observaron en 2016 ni en 2017.

Por eso, es probable que el alto crecimiento, especialmente el de los dos primeros meses del año, no sean más que una continuidad de la recuperación económica que se vio en el segundo semestre del año al impulso de un oportuno estímulo monetario que el Banco Central ofreció ante las malas cifras de crecimiento que se observaron a mediados de 2017.

Sin embargo, el impacto de ese estímulo se está agotando. El efecto de la liberalización de los fondos del encaje legal se ha venido disipando y las tasas de interés han empezado a subir, lo que sugiere que la política monetaria está volviendo a la normalidad. De allí que el crecimiento en marzo haya sido más de un 20% menos que en enero y diciembre.

Por eso, no sería extraño que las tasas de crecimiento de los meses por venir terminen siendo bastante más bajas que las de los primeros meses.

El petróleo al alza

Pero antes que la política monetaria, la alarma la está causando el comportamiento de los precios del petróleo. En abril el precio por barril del West Texas Intermediate (WTI) en el mercado spot, es decir, por compras inmediatas (en vez de a futuro), se ubicó por encima de US$ 66. En marzo había sido 62.72 dólares y en diciembre 57.88 dólares. Aunque en esta semana se colocó por encima de 70, la agencia de información sobre energía de Estados Unidos proyecta que el precio promedio en el año será superior a los 65. Eso significa que esperan que los altos precios de las últimas semanas no se sostengan pero que se mantendrán por encima de $60.

El precio ha estado aumentando por tres razones. Primero, la demanda mundial de energía ha estado subiendo a medida que las economías desarrolladas continúan recuperándose, y China sostiene una respetable tasa de crecimiento. Segundo, la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que controla una porción importante del mercado, ha mantenido restringida la oferta empujando los precios hacia arriba. Rusia, un importante suplidor mundial, se ha sumado a esa política. Tercero, por razones distintas, hay incertidumbre respecto la sostenibilidad de algunas fuentes como Irán y Venezuela. Sin embargo, las predicciones para el WTI es que el precio se mantenga entre 60 y 70 dólares por barril porque a esos precios la disponibilidad de petróleo estadounidense crece, expandiendo la oferta y contribuyendo a contener los precios.

De todas formas, las nuevas predicciones del precio del WTI de la agencia estadounidense para 2018 lo ubican casi 13 dólares o 24% por encima de sus proyecciones de diciembre, y más de 16 dólares o 33% por encima del precio que se asumió para elaborar el presupuesto del Estado dominicano de este mismo año.

Menos disponibilidad de divisas y menor crecimiento

Aunque suene repetitivo, vale la pena recordar las implicaciones que tiene un petróleo más caro. Primero, reduce la disponibilidad de divisas en la economía, constriñendo el espacio para importar y crecer. En promedio en 2017, el petróleo fue comprado a casi 10 dólares más que en 2016, se importó un volumen un poco menor, y la factura subió en 521 millones de dólares, desde 2,325 millones hasta 2,847 millones. Eso significa que cada 10 dólares de aumento o disminución del precio implica erogar o ahorrar cerca de 600 millones de dólares.

Si en 2018 el país termina comprando petróleo y derivados a un precio medio de 15 dólares por encima de 2017, la economía dispondrá de 900 millones de dólares menos que el año pasado y más de 1,400 millones menos que en 2016. Eso implica una mayor presión sobre el mercado cambiario y el precio de las divisas.

Precios más elevados

Segundo, hace crecer los precios en la economía. El gasto en transporte, en el que los precios de los hidrocarburos tienen un peso muy significativo, representa casi el 18% del costo de la canasta del hogar promedio en el país. Además, inciden en los costos de la mayoría de los bienes y servicios.

Mayores precios y un consumo similar en volumen implican menor dinero disponible, menor demanda de otros bienes y servicios y negocios menos dinámicos.

Tasas de interés más altas y menor inversión

Tercero, debido a que el objetivo del Banco Central es lograr que la inflación se mantenga en la vecindad de 4% y que la tasa de cambio crezca en no más de 2% o 3% por año, y debido a que el alza del petróleo incrementará los precios y presionará a la tasa de cambio, esta institución procurará contrarrestar esos efectos restringiendo la liquidez. Lo hará siendo más agresivo en la colocación de deuda (títulos) en el mercado.

Para ello, ofrecerá tasas de interés más altas. Quizás también modifique la llamada Tasa de Política Monetaria, que es la tasa de interés que el Banco Central aplica a las operaciones con las entidades financieras. Esto eleva todas las tasas de interés.

Ambas cosas tienen el propósito de hacer más atractivo tener depósitos en pesos con respecto a tenerlos en dólares o euros, lo que reduce la demanda de esas monedas. También busca reducir la cantidad de dinero disponible en la economía para que la inflación subyacente, es decir, la que origina el dinero, caiga. De esa forma, eso incrementará aún más la tasa de interés en el mercado y reducirá la inversión y la actividad económica en general. Más aún, forzará al Ministerio de Hacienda a incrementar las tasas de interés a la que coloca sus títulos en pesos en el mercado nacional, encareciendo la deuda pública.

Déficit público mayor

Cuarto, los ingresos tributarios subirán porque se recaudará más por el impuesto ad valorem sobre los combustibles, pero sólo un poco. Si el precio promedio efectivo de compra se ubica en 65 dólares el barril, las recaudaciones podrían subir en unos 5 mil millones de pesos.

Pero los gastos también subirán, en particular el subsidio al sector eléctrico, el cual pudiera crecer en unos 10 mil millones de pesos. El efecto neto en las cuentas públicas será bajo pero negativo.
En síntesis, el alza del precio del petróleo es la mayor amenaza que enfrenta la economía en el corto plazo, y la política macroeconómica tiene poco espacio para responder con determinación porque ha venido gastando todas sus municiones. El resultado ha sido una menor capacidad de endeudamiento cuando más lo necesitamos.

Para responder con creatividad e ingenio ante un riesgoso escenario, es mejor ser realistas.

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