Qiao Guanhua y Henry Kissinger tenían poco tiempo para redactar el párrafo clave de lo que se emitiría el 27 de febrero de 1972: el Comunicado de Shanghai. Durante las noches del jueves 24 y viernes 25, se internaron para redactar lo siguiente:

“12. La parte estadounidense ha declarado: los Estados Unidos reconocen que todos los chinos de ambos lados del estrecho de Taiwán sostienen que no hay más que una China y que Taiwán forma parte de esta última. El gobierno de los Estados Unidos no desafía dicha postura. Reafirma su interés en que se llegue a un acuerdo pacífico del problema de Taiwán por los propios chinos. Teniendo en cuenta esta perspectiva, afirma el objetivo final de la retirada de todas las fuerzas e instalaciones militares estadounidenses en Taiwán. Entretanto, reducirá gradualmente sus fuerzas en instalaciones en Taiwán una vez que disminuya la tensión en la zona. Ambas partes están de acuerdo en que es conveniente ampliar la compresión entre los dos pueblos.”

La realidad es que la redacción del Comunicado comenzó en Washington, antes de Kissinger aterrizar en Pekín el 20 de octubre de 1971, sin mención alguna del asunto Taiwán. Chou En-lai, Primer Ministro de China, aceptó el borrador como documento base para la discusión. La aceptación fue efímera. Concluyó cuando Mao lo tildó de “comunicado mierda”. Instruyó a Chou la redacción de un nuevo borrador que resaltase la ortodoxia comunista y la posición china, mientras los americanos tenían libertad de establecer sus creencias y valores, propuesta que Kissinger finalmente asimiló como conveniente para las dos partes. Sólo quedaba pendiente abordar del tema más delicado: Taiwán.

Kissinger y Chou habían explorado el tema desde la visita secreta del primero a China el 9 de julio de 1971, lo que permitió a Nixon, el 22 de febrero de 1972, presentar los cinco principios que permitirían abordarlo: la afirmación de la política de una sola China; Estados Unidos no apoyaría movimientos internos independentistas en Taiwán; desalentaría cualquier movimiento hacia Taiwán por parte de Japón; apoyaría cualquier resolución pacífica entre Pekín y Taipéi; y estaría comprometido con una normalización continua.

Sobre esa base, Qiao y Kissinger redactan el párrafo que llevó a Estados Unidos a reconocer y aceptar la política de una sola China. El diálogo sino-estadounidense que dio lugar al cambio de Taipéi por Pekín como Gobierno legítimo de China, se inició hace casi 47 años. Durante todo ese tiempo y a pesar de que el 99% de la población mundial reside en países que reconocían a Pekín como el Gobierno legítimo de China, República Dominicana optó por esconder la cabeza en el hoyo, como el avestruz, dando la espalda a la realidad y a la historia.

Hace 47 años que Chile reconoce al Gobierno de Pekín. Sustituya por 46 y coloque a Perú, o por 45 y escriba Argentina, México y Jamaica. Los brasileños y venezolanos desde hace 43 años miran a Pekín. Los colombianos desde hace 39 y los uruguayos desde hace 29 años dejaron de mirar hacia Taipéi. Los ecuatorianos desde hace 28 años.

Por más que he buscado no he encontrado ninguna denuncia o declaración de algún ser humano acusando a China de haber pagado algo a Estados Unidos por el reconocimiento de Pekín y la política de una sola China. Lo que sí he encontrado es que China, cuando Kissinger aterriza en Pekín en viaje secreto desde Islamabad, capital de Pakistán, a mediados de 1971, era un país pobre, con un PIB de apenas US$99,800 millones, apenas el 3.1% del PIB mundial, mientras el PIB de EUA representaba el 35.8%. China exportaba unos US$2,800 millones e importaba US$2,100, el 0.8% y 0.6% de las exportaciones e importaciones del mundo. ¿A cuánto ascendía la inversión directa de China en el exterior ese año? No ascendía, era cero. La pobreza alcanzaba a más del 95% de la población de 841 millones de chinos.
Resultados no sorprendentes pues a diferencia de Taiwán, China seguía secuestrada por las políticas y principios de un sistema económico comunista de planificación central.

Taiwán, sin embargo, en el marco de un sistema político autoritario liderado por el General Chiang Kai-shek y un sistema económico dirigido sobre los pilares fundamentales de una economía de mercado, comenzaba a florecer, exhibiendo un ingreso per-cápita 4.2 veces mayor que el de China. Aunque algunos de sus críticos y opositores en China continental indicaban que la brecha se debía en parte a las 115 toneladas de oro de las reservas de China que Chiang trasladó a Taiwán en 1949, la realidad es que la brecha, como reconoció años más tarde Deng Xiaoping, residía en el modelo económico. “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato.” El gato taiwanés había demostrado ser mucho más efectivo que el chino.

Como se observa, Estados Unidos reconoció el principio de una sola China cuando ésta no tenía el peso específico global que hoy tiene y mantenía un sistema económico comunista centralmente planificado. ¿Por qué lo hizo? Porque eso era lo que mandaba la “realpolitik”. Había que despojarse de todo tipo de consideraciones de tipo ético, moral e ideológico y ceder el paso al pragmatismo y las acciones concretas. Acercarse a China, comprendieron los estrategas norteamericanos, era la forma más práctica y concreta de frenar cualquier ambición expansionista de los soviéticos en el Asia, un continente donde Estados Unidos tenía intereses que defender y proteger. Y lo lograron.

Sin embargo, ni Estados Unidos ni Taiwán vieron venir a Deng. Pensaron que los chinos, iban a aferrarse hasta el final de los tiempos a una ideología económica que les aseguraba ser siempre pobres e insignificantes en el mapa económico global. Deng optó también por la “realpolitik”, pero esta vez, en el ámbito de la economía. Sus encuentros con Lee Kuan Yew en Singapur lo liberaron de cualquier duda. Todos los países del sudeste asiático, incluyendo a Corea del Sur y Taiwán, tenían economías vibrantes que habían logrado sacar de la pobreza a prácticamente toda la población.

A partir de 1978, con Deng a la cabeza, China inició el verdadero Gran Salto Delante, el que ha permitido que en el 2017 el PIB de China fuese el 15% del PIB mundial, y sus exportaciones e importaciones el 13% y 10% de las mundiales. Como si esto fuera poco, sus inversiones en el exterior, ascendentes a US$101,900 millones en el 2017, representaron más del 7% de toda la inversión directa en el exterior realizada en el mundo.
¿Quién es el responsable entonces de que de 71 países que reconocían a Taipéi como el Gobierno legítimo de China en 1969, apenas 19 países pequeños y ciudades estados hoy lo reconocen? ¿Deng? ¿Lee? ¿Chou? ¿Kissinger? Si tuviese que elegir a uno, respondería que Taiwán. ¿Por qué? Porque le mostró a Pekín lo que tenía que hacer para sacar de la pobreza a la mayoría de los chinos y convertirse en la potencia económica mundial que es hoy. Fue Taiwán, con su indiscutible éxito económico, quien abrió El Camino a Pekín, que nosotros hoy, con casi 47 años de rezago, hemos decidido transitar.

Fue Taiwán y no China, quien provocó la migración del mundo al reconocimiento de la política de una sola China. Fue Estados Unidos y no otro país, quien dio el primer picazo en la construcción de ese camino. Es cierto que Rubio apenas tenía 42 días de nacido cuando Kissinger volaba de incógnito de Islamabad a Pekín. Pero de allá a aquí ha llovido mucho. República Dominicana ha tomado, muy tardíamente, la decisión correcta.
Quizás porque siempre nos toma tiempo imitar las cosas buenas de Estados Unidos. O acoger las recomendaciones de los organismos multilaterales que la principal economía del mundo controla. Si al FMI se le pregunta el nombre del país con el cual terminamos relaciones diplomáticas el pasado 30 de abril, respondería: “Taiwan Province of China”. Traduzca Senador.

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