Siempre es noticia cuando un periodista es sometido a la justicia por difamación e injuria y más si resulta condenado. En ese orden, recientemente Persio Maldonado, presidente de la Sociedad Dominicana de Diarios, advirtió que las demandas y condenas contra los periodistas tienen efectos múltiples y a veces demoledores para la libertad de prensa. Luego indicó algo que se me quedó grabado: “Lo más delicado en el ejercicio del periodismo es la autocensura”.

Como escribo constantemente en la prensa, de alguna manera ejerzo el periodismo. En ocasiones me preguntan lo que pienso al escribir y la responsabilidad que implica. Respondo que me atormenta expresar embustes en las ideas centrales, aunque en la forma me tomo pequeñas dispensas.

Escribir representa un compromiso muy grande, tenga el autor experiencia o no. Cada palabra es una extensión de nosotros y una muestra del desarrollo de nuestra personalidad. Debemos escribir de buena fe y reconocer que nuestras ideas maduran, que se modifican con el tiempo, aunque en esencia seamos las mismas personas.

El que escribe no puede ser miedoso, a sabiendas de que lo que consideramos un deber publicar es algo subjetivo, donde destacamos elementos quizás apenas percibidos por nosotros. Para escribir hay que ser valiente y decente, lo que en ocasiones no es sencillo combinar.

El escritor defiende con coraje “su verdad” y es humilde para admitir sus errores y limitaciones. “Nuestra verdad” hay que darla a conocer. Para encontrarla basta aferrarse a la moral universal y a los dictados de nuestra conciencia y si lo logramos nos equivocaremos menos.

Evitemos a los escritores que borraron de su vocabulario palabras como justicia, igualdad, fraternidad, libertad, honestidad, valor y trabajo. Incluso, los hay tan huidizos que prefieren no enterarse de lo cierto, porque los debilita emocionalmente.

¡Ay! Me apenan los escritores que carecen de vida, de pasión, de ego sano; esos que se van por las ramas, que aman lo superficial, que se ciegan ante el dolor ajeno; esos que se adaptan a lo que les permite estar en el juego, aunque convierta su honor en una piñata, donde hasta los niños le entran a palos. El escritor tibio da lástima.

El escritor se debe concentrar en la verdad. Esa palabra tiene peso, aunque solo sea la nuestra. No todos tienen la fuerza de levantarla y llevarla orgullosos en sus hombros y exhibirla como un trofeo. Y la verdad es que la “verdad”, en el que escribe y en el que no, tarde o temprano resplandece.

Mis respetos eternos a Persio Maldonado, una voz autorizada que predica con el ejemplo. Lo que expresó merece profundas reflexiones, pues se habla de una palabra sagrada: libertad.

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