El Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo (MEPyD), en el marco de las actividades de conmemoración de su decimosegundo aniversario, me honró, junto a otras cinco personas, con una invitación a un panel para discutir nuestras visiones sobre lo que pensamos será la República Dominicana en 2050.

Además de mi persona, el panel estuvo compuesto por el antropólogo Fernando Ferrán, y por los economistas Arturo Martínez Moya, Magdalena Lizardo, Juan Ariel Jiménez y Raúl Hernández. Estuvo moderado por el ministro Isidoro Santana.

Este artículo es un resumen de mis palabras en ese estimulante encuentro, las cuales complemento con algunas ideas expuestas por varios de los panelistas. Antes que procurar imaginarme el país 32 años hacia adelante, opté por proponer los factores que más van a influir sobre el devenir dominicano de largo plazo. La mayoría de ellos son externos.

Parto de la premisa de que el hecho de que el país y su economía sean pequeños no sólo implica que éste tiene una reducidísima capacidad para influir sobre lo que pasa en el mundo, sino también que lo que pasa en el país está en mucho determinado por las dinámicas internacionales. Eso no significa que estamos del todo desempoderados y que nada podemos hacer, sino que reconoce el enorme peso del entorno externo y llama la atención que el reto es lograr construir las interfases que administren los vínculos entre los factores externos y la economía y la sociedad. Esas interfases son piezas fundamentales del modelo económico y social.

Hay cinco grandes fuerzas que condicionarán profundamente el devenir dominicano en las próximas tres décadas. Estas son: el cambio climático, los cambios tecnológicos, los procesos demográficos y migratorios, las transformaciones en las fuentes de energía, y los conflictos políticos internacionales.

Cambio climático: más desastres y menos playas y turismo
Sobre el cambio climático, conocemos las causas. La emisión de gases de efecto invernadero están contribuyendo al calentamiento global, a cambios significativos en los patrones climáticos y posiblemente a fenómenos meteorológicos extremos más frecuentes e intensos, y menos predecibles.

Se perfilan impactos en al menos tres cuestiones: sobre la agricultura, con una reducción en la productividad; sobre el turismo, con el inicio del desdibujamiento de las costas producto de la crecida de los mares por el derretimiento de los casquetes polares y la posible reducción de las playas; y sobre los asentamientos humanos, con un incremento del tamaño de las aglomeraciones urbanas y mayor presión migratoria interna desde las zonas rurales que la que hemos visto en el pasado reciente.

De tal forma que en 2050 podríamos ser testigos de un país con una agricultura más diezmada, un turismo de playa amenazado, y asentamientos periurbanos aún más grandes y en condiciones más precarias que en la actualidad.

La severidad de esos procesos y la profundidad de los impactos dependerán de algunos factores como la capacidad que tengamos para transitar hacia una agricultura resiliente al cambio climático, la velocidad de incorporación de avances tecnológicos en la agricultura, la capacidad que tenga el país de desarrollar infraestructuras y asentamientos más resilientes, y la diversificación del turismo que hayamos logrado.

Cambios tecnológicos: ¿profundización de la desindustrialización?
Es probable que el cambio tecnológico que tendrá mayor impacto en términos del desarrollo productivo es la llamada Cuarta Revolución Industrial que, entre otras cosas, consiste en el uso de inteligencia artificial en la producción de manufacturas. En esencia, se trata de la profundización de la robotización, pero ya no limitada a operaciones recurrentes, consecutivas y estrictamente similares, algo que viene sucediendo desde hace tiempo, sino especialmente en labores que requieren reacciones y decisiones. Hasta hace poco, este tipo de trabajos sólo los hacían los seres humanos, pero ya hay máquinas que “piensan”, que reaccionan y que podrán reemplazar a las personas en ciertas tareas.

Este cambio tecnológico se está traduciendo en una nueva distribución espacial de la producción manufacturera global e implica un serio reto para la inserción internacional dominicana, porque parte de la producción de manufacturas que ahora se realiza en países en desarrollo con mano de obra barata, como la de las zonas francas, aquella que podría ser producida con robots inteligentes, está migrando hacia los países ricos. Mientras que el traslado de la producción de manufacturas a los países en desarrollo con bajos salarios como China, India, Vietnam, México y República Dominicana se le llamó off-shoring, la vuelta de ella a los países se le ha denominado re-shoring.

Por lo anterior, lo que se puede estar perfilando es una situación en la que una parte de la producción manufacturera salga de los países de ingresos medios y vaya a los países más ricos y otra parte vaya a los países más pobres con los salarios más bajos.
Esto puede constituir una seria amenaza para la inserción internacional y puede profundizar la desindustrialización. Los países de ingresos medios como la República Dominicana pueden quedar atrapados en ese proceso.

Salir de esa trampa, revertir la desindustrialización y escalar tecnológicamente en la manufactura doméstica, la manufactura que forma parte de las cadenas globales (zonas francas) y en los servicios (pasando de los de baja gama como el turismo a otros de alta gama como servicios tecnológicos) depende de manera crítica de la capacidad que tengamos de acelerar el paso en materia de educación, mejorando dramáticamente su calidad. El objetivo debe ser la adquisición de habilidades laborales y para aprender. También depende de la capacidad que tengamos de atraer de forma inteligente inversión extranjera que nos ayude a aprender y del estímulo que le demos a las empresas para innovar, investigar y desarrollar.

Población y migración: el fin del bono demográfico

En 32 años estaremos asistiendo al fin del bono demográfico. Eso significa que la proporción de población joven y disponible para el trabajo será menor y la de población adulta mayor será mucho más elevada. Pero también habrá muchas más mujeres disponibles para trabajar, a todos los niveles, lo que contrarresta el efecto del envejecimiento. Probablemente el ritmo de emigración de dominicanos y dominicanas al exterior será menor porque las restricciones migratorias serán mayores (nuestra condición de isla hará más fácil para los países receptores reducir los influjos). Sin embargo, la inmigración haitiana continuará.

Por lo anterior, dentro de tres décadas, seremos más, pero, en promedio, seremos más viejos y habrá más mujeres jóvenes trabajando, la válvula de la emigración será más estrecha y habrá más inmigrantes jóvenes.

Sortear los desafíos que esto implica requiere hacer efectivos los controles migratorios (control de fronteras y regularización), y articular y financiar adecuadamente sistemas de protección para la población adulta mayor.

Hacia un mundo de energías más baratas y limpias

En materia de energía, el panorama es más prometedor. Las energías renovables se están desarrollando y generalizando a una gran velocidad, y las proyecciones apuntan a un acelerado abaratamiento de éstas.

Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías de extracción de hidrocarburos aseguran que, en ausencia de conflictos mayúsculos, los precios de largo plazo no serán elevados. Es muy probable que las próximas décadas sean tiempos de energía más barata y más limpia.

En 2050 es probable que el entorno energético sea más favorable para el crecimiento sostenido y sostenible. La responsabilidad que tenemos es la de no quedarnos atrás y acelerar la renovación de la matriz energética del país.

Los peligros de los conflictos mundiales

En materia política, los conflictos más importantes son los del Medio Oriente, el de los países más ricos de Occidente con Rusia, y el derivado de la creciente influencia política y económica de China, en desafío al predominio estadounidense. Sin embargo, es difícil discernir cómo estos conflictos se desenvolverán y cómo repercutirán en un país pequeño en el Caribe.

Por lo pronto se podría decir tres cosas. Primero, los conflictos en Oriente Medio han beneficiado al turismo, y que, aunque su intensificación puede hacer crecer los precios del petróleo, en la medida en que los combustibles fósiles pierdan importancia y que las energías limpias amplíen su dominio, esos conflictos tendrán menos efectos en las energías en sentido amplio.

Segundo, la determinación rusa por recuperar su influencia política en Eurasia, que entiende es parte de su espacio vital, no tendrá mayores implicaciones, a menos que desemboque en un conflicto militar mayúsculo con los países de la OTAN.

Tercero, aunque es esperable que el avance chino pierda impulso a medida que la resistencia estadounidense crezca, no parece que se detendrá. Tampoco parece, al menos hoy, que la disputa por los espacios económicos y políticos vaya a degenerar en un conflicto político inmanejable. Asia en general, y China en particular, serán más importantes en 2050 de lo que son hoy. Y su migración hacia una economía más compleja e intensiva en tecnología podría abrir espacios de industrialización para países como el nuestro.

En síntesis, si no hacemos lo suficiente, en 2050 es probable que tengamos un país con un turismo y una agricultura amenazadas o en retirada, con más eventos climáticos extremos, con más gente (quizás 15 millones, más del 80% viviendo en ciudades) pero menos jóvenes, y más migrantes haitianos. También será un país con menos industrias. Sin embargo, que tengamos energías más limpias y baratas y el avance económico chino pueden contrarrestar la desindustrialización y abrir nuevas oportunidades.

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