El tema haitiano desde hace años fragmenta nuestra sociedad, con la presencia de dos sectores radicales en la defensa o el ataque a nuestros vecinos.

En el pasado sermón de las Siete Palabras con motivo del Viernes Santo, nuestra Iglesia Católica criticó con razón a aquellos patriotas y nacionalistas “rancios” que siembran el odio y la xenofobia contra los inmigrantes e indocumentados, en especial los haitianos.

Resaltemos también que hay extremistas en el lado opuesto, personas y organizaciones que entienden que debemos permitir que los haitianos hagan lo que quieran aquí, aun en perjuicio de nuestro pueblo y su soberanía.

Ambos bandos se tratan como enemigos. Y discuten con pasión, de una manera tan violenta que ni en los mayores adversarios políticos ocurre. Basta leer las redes sociales para notar su furia verbal. Entre nosotros parece que los antihaitianos y los prohaitianos se han impuesto a los que abogamos por los dominicanos.

Y mientras tanto, al oeste de nuestra frontera, el asunto dominicano une a los haitianos, los motiva a ser solidarios entre sí, fortalece su identidad, reciben apoyo de todo el mundo. Nos llevan una enorme ventaja, que tarde o temprano puede ser complicada para nosotros. Y eso debemos reconocerlo, manejan mejor las crisis bilaterales que nosotros, que andamos matándonos unos a otros por causa de ellos.

Al haitiano le ha salido de maravillas vender su condición de víctima. En todo el planeta se escucha sobre el “gran maltrato”, “el régimen de esclavitud” y “el apartheid caribeño” que sufren en nuestra patria. Y esto es una exageración, una manipulación burda, un chantaje para mantener entre nosotros un sentimiento de culpa y quedarnos callados ante tales investidas.

Tampoco nos acobardemos cuando etiqueten a quienes resaltan nuestros valores como derechistas, atrasados, inhumanos y reaccionarios. Sustentar nuestra dominicanidad, nuestra historia y nuestras costumbres es un deber.

De igual manera, debemos respetar a los haitianos en nuestro territorio, lo que hacemos, salvo excepciones. Todos somos hijos de Dios. Hemos planteado que los problemas entre nosotros son muy escasos, convivimos en armonía en el trabajo, los estudios, las calles… Es reconfortante saber que dos pueblos tan diferentes conviven en paz.

En otro orden, nuestras leyes son claras en el sentido de que a los hijos de padres extranjeros ilegales y de tránsito nacidos en nuestro país, no les corresponde la nacionalidad dominicana, porque “resulta jurídicamente inadmisible fundar el nacimiento de un derecho a partir de una situación ilícita de hecho”.

Los hermanos haitianos merecen nuestro apoyo, como lo hemos hecho, pero no pidan que se haga en perjuicio nuestro. Mientras tanto, evitemos que el caso haitiano divida a la familia dominicana.

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