El nacionalismo es condenable si va acompañado de odio. El verdadero nacionalista ama su país, lucha por mantener su identidad, tradiciones y cultura y trabaja para que sus ciudadanos vivan dignamente, siempre respetando a las demás naciones y a sus habitantes.

Por ello me duele cuando un dominicano habla con odio de un haitiano. Eso lo he sufrido aquí, destacando que no es la conducta normal de nuestro pueblo. Pero también me atormenta cuando un haitiano maldice a un dominicano. Eso lo he sentido en el alma cuando visito Haití, resaltando también que son casos aislados.

Es difícil que haya dos naciones fronterizas en el mundo tan distintas como la nuestra y la haitiana. Ni Israel y Palestina, ni Irak e Irán, para citar algunas. Nuestras diferencias accidentales son enormes: idioma, raza, religión, historia, música, pinturas, deportes… A pesar de ello, entre dominicanos y haitianos existe una relación de armonía, como si tuviéramos más semejanzas que contrastes. Es algo extraño y pienso es irrepetible en el planeta.

Con relación a la cantidad de haitianos que viven aquí, son escasos los enfrentamientos físicos entre nosotros. El haitiano va a los mismos lugares que el dominicano, sin obstáculos, con naturalidad. Transitan libres por nuestras calles. Tienen instituciones que los protegen. Bailan y cantan nuestras bachatas. Los contratamos en la construcción, la agricultura y como empleados domésticos y a la mayoría no los conocemos ni sabemos a ciencia cierta cómo se llaman.

En el campo jurídico, los trabajadores haitianos, sean legales o no, tienen los mismos derechos laborales que los dominicanos, entiéndase, desahucio, auxilio de cesantía, salario de Navidad, vacaciones, bonificación, pago de horas extras… En ese aspecto, nuestra jurisprudencia es una de las más avanzadas de occidente.

En el área de la salud, un apreciable porcentaje de parturientas en nuestros hospitales son haitianas. Al igual que el número de heridos que llega a las emergencias, donde se les trata como a dominicanos, con las carencias propias de una sociedad subdesarrollada.

Y si vamos a la educación, en nuestras universidades hay miles de haitianos estudiando, los cuales se caracterizan por su buen comportamiento y notas sobresalientes. Y si tocamos la alimentación, al observar un comedor económico, donde se vende comida por RD$10.00 la ración, la mayoría son ciudadanos de los hijos de Toussaint Louverture. En resumen, los dominicanos subvencionamos la salud, la educación y la alimentación de miles y miles de haitianos.

Así las cosas, evitemos los excesos de un lado y de otro, no nos dejemos arrastrar por los radicales que desde los extremos plantean soluciones absurdas. Defendamos nuestra patria con uñas y dientes, pero a la vez respetemos a nuestros vecinos.

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