Hace unos días volví a ver una película de Luchino Visconti que me ha traído intensos recuerdos y emociones, me ha sumergido más bien en la atmósfera cautivante de uno de los filmes más
extraordinarios de la historia.

En la impecable escena final, el adinerado y desencantado príncipe de Salina sale de una fiesta, apoya una rodilla en el suelo, mira al cielo y pide a Venus que lo lleve al lugar de la “perenne certidumbre”. Desaparece luego con su elegancia a cuesta y su caminar felino por una callejuela.

El Gatopardo está a punto de entrar en el reino de la “perenne certidumbre”…

Los acontecimientos de los últimos meses han ido creando un ambiente de precariedad, inseguridad, inestabilidad, ambiente precisamente de incertidumbre que ahora invade el ánimo de Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina. El desembarco de Garibaldi con su tropa de camisas rojas en 1860 (la expedición de los mil), anticipaba la caída de la dominante casa de Borbón en el sur de Italia (el Reino de las dos Sicilias). Anticipaba, de otra manera, el resurgimiento, la futura unidad de Italia bajo la monarquía constitucional de Victorio Enmanuel y la sustitución radical o paulatina de la rancia aristocracia por la trepadora burguesía capitalista. Quizás el enfrentamiento violento entre ambas clases, como había sucedido en Francia a fines del siglo XVIII. Un enfrentamiento que inspiraba terror.

“Fabrizio Corbera, Príncipe de Salina (…) representante de una aristocracia siciliana de larga tradición (…) asiste de forma entre estoica e irónica a las postrimerías del mundo al cual pertenece, marcadas por el ascenso de nuevos ricos de origen plebeyo al tiempo que por la unificación de Italia bajo el reinado de Víctor Manuel II. La obra consigue transmitir de forma incomparable, gracias a su peculiar ‘tempo’ narrativo, la esencia no sólo de una época de finitud y de cambio, sino también del singular carácter de Sicilia: de su insularidad, su paisaje, su luz y su aire, que consigue expresar hasta unos límites que los hacen casi palpables”.(http://www.bibliotecaspublicas.es/merida/imagenes/Novela_El_gatopardo.pdf).

El autor de la novela, Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiaro, era también un noble, tan noble y aristócrata como el director de la película, Luchino Visconti di Modrone, conde de Lonate Pozzolo.

Pero Visconti era un noble de izquierda, el bien llamado príncipe rojo que se había identificado con los oprimidos pescadores sicilianos desde los años en que filmó “La tierra tiembla” (La terra trema, 1948). Alguien que denunció las miserables condiciones de vida de los campesinos y obreros del sur italiano y jugó un papel en la lucha antifascista.

Era además un gran director. Nadie mejor que él podía llevar la obra a la pantalla. Y lo hizo de tal manera que ambas parecen complementarse y son inseparables.

El núcleo familiar característico de otras películas de Visconti y la importancia que siempre le concede reaparece enmarcado en un auténtico despliegue de virtuosismo escénico de gran belleza visual y un gran lujo de detalles. Recrea paso a paso el mundo perdido de la novela de Lampedusa.

Lampedusa describe con serenidad no exenta de irónica amargura la agonía, la irreversible decadencia de su entorno social, lo que para él representa el doloroso final de una clase, de una época de refinamiento aristocrático -pero también de pompa, afectación y estupidez- a otra de burguesa vulgaridad. Expone, simplemente, la idea del mundo o del mundo ideal de la nobleza siciliana con todos sus prejuicios y altanería.

La obra de Lampedusa fue recibida con desprecio y enojo por parte de la izquierda ortodoxa que no comprendió que su valor documental residía precisamente en la exposición minuciosa, detallada, de las ideas o ideario aristocrático de un príncipe en la tardía decadencia de la nobleza siciliana. Fue rechazada incluso su publicación en varias editoriales. Pero fue un izquierdista, un rojo radical, el excéntrico millonario y comunista Giangiacomo Feltrinelli quien finalmente la publicó en 1958. El mismo Feltrinelli que en 1957 había publicado “la primera edición mundial” de “Doctor Zhivago”, de Boris Pasternak.

Y fue Luchino Visconti, el llamado príncipe rojo, un marxista, simpatizante y colaborador del Partido Comunista Italiano, quien la acogió con admiración y la convirtió en una película admirable, convirtió la obra maestra en otra obra maestra.

El Gatopardo, en la película de Visconti, es Burt Lancaster en el mejor papel de su carrera, alguien que se parece extrañamente al personaje que se describe en el libro homónimo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa:

“No es que fuera gordo: era inmenso y fortísimo; su cabeza rozaba -en las casas habitadas por la mayoría de mortales- el colgante inferior de las arañas; sus dedos sabían enroscar como si fueran papel de seda las monedas de un ducado; y entre Villa Salina y la tienda de un platero había un frecuente ir y venir para reparación de tenedores y cucharas que, en la mesa, su contenida ira convertía en círculos. Por otra parte, aquellos dedos también sabían ser delicadísimos en las caricias y en el manoseo, y esto, para su mal, lo recordaba Maria Stella, su mujer, y los tornillos, tuercas, botones, cristales esmerilados de los telescopios, catalejos y ‘buscadores de cometas’, que arriba, en lo alto de la villa, amontonábanse en su observatorio privado, manteníanse intactos bajo el leve roce. Los rayos del sol poniente, pero todavía alto, de aquella tarde de mayo encendían el color rosado del príncipe y su pelambre de color de miel lo que denunciaba el origen alemán de su madre, de aquella princesa Carolina cuya altivez había congelado, treinta años antes, la desaliñada Corte de las Dos Sicilias. Pero en la sangre de aquel aristócrata siciliano, en el año 1860, fermentaban otras esencias germánicas mucho más incómodas para él que todo lo atractivas que pudieran ser la piel blanquísima y los cabellos rubios en un ambiente de caras oliváceas y pelos de color de ala de cuervo: un temperamento autoritario, cierta rigidez moral, una propensión a las ideas abstractas que en el hábitat moral y muelle de la sociedad palermitana se habían convertido respectivamente en una prepotencia caprichosa, perpetuos escrúpulos morales y desprecio para con sus parientes y amigos, que le parecía anduvieran a la deriva por los meandros del lento río pragmático siciliano”.

En la descripción del personaje, en ese “hábitat moral y muelle de la sociedad palermitana”, en ese “lento río pragmático siciliano” hay una zurrapa ideológica, una reflexión política, todo el libro la tiene y también la película. Además, sugiere la presencia de otro protagonista que se llama Sicilia, la isla de Sicilia. La tormentosa y volcánica isla de Sicilia.

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