La historiografía tradicional reproduce, con pocas excepciones, la versión convencional, casi canónica, sobre las causas inmediatas de la primera guerra mundial, el cuentecito de hadas que le han hecho tragar a tantas generaciones:

El doble asesinato del heredero del trono austriaco, archiduque Francisco Fernando y su esposa, desató la primera guerra mundial con apoyo de Alemania, que preveía la conquista de Francia en pocas semanas (antes de que los ingleses pudiesen intervenir en el conflicto), como había ocurrido durante la guerra franco-prusiana en 1972.

Esa historia tradicional, maniqueísta, se hace eco de una lucha entre el bien y el mal, entre buenos y malos. Pero la guerra no era entre buenos y malos, sino entre malos y peores.
Véase, por ejemplo, lo que dice E. Tarlè en su Historia de Europa (1971-1919):

“Añadiré que en la actualidad existe una opinión según la cual si toda una serie de establecimientos comerciales ingleses y otras empresas, malgrado sus exteriorizaciones de ferviente patriotismo, no hubiesen sostenido a Alemania, a lo largo de toda la guerra, con el envío de mercancía a través de los países escandinavos (desde luego para acumular fabulosas ganancias), Alemania quizás no hubiera resistido tanto tiempo. Este hecho sintomático se halla desenmascarado en todos sus pormenores en el libro del almirante inglés Consett, ‘The triumph of civil forces’, aparecido en 1927. El libro de Consett, después de algunos vanos intentos de la prensa del gran capital de hacerlo caer en el olvido, produjo a pesar de todo una gran impresión. La prensa inglesa lo recibió como una prueba de que la guerra pese a costar cada día torrentes de sangre, era prolongada de modo artificial y deliberada, en interés de los mismos capitales que la habían acarreado.”

Sobre este tema, Gerry Docherty y Jim MacGregor han publicado otro libro, “Prolonging the agony”, en el que explican cómo el establishment, la clase dirigente angloamericana prolongó deliberadamente la primera guerra mundial durante tres años y medio.

A esa agonía, a esa guerra planificada en detalle para que durara el mayor tiempo posible, le siguió la humillación del tratado de Versalles que pretendía reducir Alemania a la impotencia, que alimentó los odios, el revanchismo y sentó las bases para el estallido de la segunda guerra mundial.

En el intervalo, hubo otra guerra de ocultamiento, destrucción de documentos y falsificación de la historia a un nivel nunca visto.
Hasta qué punto y con cuales medios o recursos se llevó a cabo esa infamia es algo que también analizan Gerry Docherty y Jim MacGregor en la última entrega de esta serie.

Pruebas Documentales Destruidas e Historia Falsificada

Gerry Docherty y Jim MacGregor

Durante los últimos cien años los hechos han sido distorsionados y falsificados por los historiadores de la Corte. Los miembros de la Élite Secreta tuvieron un excepcional cuidado para remover los rastros de su conspiración, y cartas, telegramas, informes oficiales y minutas de gabinete que habrían revelado la verdad, han desaparecido. Las cartas a y de Alfred Milner fueron eliminadas, quemadas o de algún modo destruídas. Las cartas incriminatorias enviadas por el rey Eduardo estaban sujetas a la orden de que, tras su muerte, ellas debían ser destruídas inmediatamente.

Lord Nathan Rothschild, un miembro fundador de la Élite Secreta, igualmente ordenó que sus papeles y correspondencia fueran quemados póstumamente para que su influencia política y conexiones no llegaran a ser conocidas. Según comentó su biógrafo oficial, uno no puede sino “preguntarse cuánto del papel político de Rothschild permanece irrevocablemente oculto de la posteridad”.

El profesor Quigley apuntó un dedo acusador sobre aquellos que monopolizaron “tan completamente la escritura y la enseñanza de la Historia de su propio período”. No hay ninguna ambivalencia en su condenatoria acusación. La Élite Secreta controló la escritura y la enseñanza de la Historia de numerosos modos, pero ninguno fue más efectivo que la Universidad de Oxford.

Los hombres de Milner dominaban en gran parte el Balliol College, el New College y el All Souls College, los cuales, a su vez, dominaban en gran parte la vida intelectual de Oxford en el campo de la Historia. Ellos controlaban el Diccionario de Biografías Nacionales, lo que significaba que la Élite Secreta escribía las biografías de sus propios miembros. Ellos crearon su propia historia oficial de miembros claves para el consumo público, borrando cualquier prueba incriminatoria y retratando la mejor imagen de espíritu cívico que podría ser sin peligro fabricada. Ellos pagaron por nuevas cátedras de Historia, Política, Economía e, irónicamente, estudios de paz.

Había una conspiración sistemática por parte del gobierno británico para encubrir todos los rastros de sus propias retorcidas maquinaciones. Las memorias oficiales que cubren los orígenes de la guerra fueron cuidadosamente escudriñadas y censuradas antes de ser publicadas. Los archivos de gabinete para Julio de 1914 están relacionados casi exclusivamente con Irlanda, sin la mención de la inminente crisis global. No se ha hecho ningún esfuerzo para explicar por qué faltan los archivos cruciales.

A principios de los años ‘70 el historiador canadiense Nicholas D’Ombrain notó que los archivos de la Oficina de Guerra habían sido “desmalezados”. Durante su investigación él comprendió que tanto como cinco sextos de archivos “sensibles” habían sido removidos a medida que él iba tras su asunto. ¿Por qué?, ¿dónde fueron ellos?, ¿quién autorizó su retiro?; ¿fueron ellos enviados a Hanslope Park, el depósito del gobierno detrás de cuyas cercas de alambre de púas más de 1,2 millón de archivos secretos, muchos acerca de la Primera Guerra Mundial, permanecen ocultos hoy? De manera increíble, ése no fue el peor episodio de robo y engaño.

Herbert Hoover, el hombre que encabezó la Comisión de Ayuda Belga y que fue posteriormente el trigésimo primer Presidente de Estados Unidos, estaba estrechamente vinculado a la Élite Secreta.

Ellos le dieron la importante tarea de suprimir de Europa la evidencia incriminatoria, vistiéndola con una capa de respetabilidad académica. Hoover persuadió al general John Pershing para que liberara a 15 profesores de Historia y a alrededor de 1.000 estudiantes que estaban sirviendo en las fuerzas estadounidenses en Europa y que los enviara, con uniforme, a los países que su agencia estaba alimentando.

Con alimentos en una mano y tranquilizadora certeza en la otra, esos agentes enfrentaron poca resistencia en su búsqueda. Ellos hicieron los contactos correctos, “fisgonearon” por ahí en busca de archivos y encontraron tantos que Hoover “pronto los estuvo embarcando hacia EE.UU. como el lastre en los barcos vacíos de comida”. El retiro de documentos desde Alemania presentó pocos problemas. Quince carretadas de material fueron tomadas, incluyendo “las minutas secretas completas del Supremo Consejo de Guerra alemán”, un “regalo” de Friedrich Ebert, el primer Presidente de la República alemana de posguerra.

Hoover explicó que Ebert era “un radical sin interés en el trabajo de sus predecesores”, pero el hambriento hombre cambiará hasta su derecho de nacimiento por comida. ¿Dónde está ahora la evidencia vital para demostrar la culpa de guerra de Alemania, si ésta hubiera sido culpable? Si hubiera habido pruebas, habrían sido publicadas inmediatamente. No había ninguna. Lo que ha sido escondido o destruido nunca será conocido, y es un hecho alarmante el que pocos historiadores de guerra, si es que alguno, hayan escrito alguna vez sobre ese robo ilícito de documentos europeos, documentos que están relacionados probablemente con el acontecimiento más crucialmente importante en la historia europea y mundial. ¿Por qué?

Historia Escondida: Los Orígenes Secretos de la Primera Guerra Mundial

Después de un siglo de propaganda, mentiras y lavado de cerebro acerca de la Primera Guerra Mundial, la disonancia cognoscitiva nos deja demasiado incómodos para soportar la verdad de que fue un pequeño grupo socialmente privilegiado de auto-calificados patriotas de raza inglesa, apoyados por poderosos industriales y financieros en Gran Bretaña y Estados Unidos, el que provocó la Primera Guerra Mundial. La determinación de esa Élite Secreta con sede en Londres para destruir Alemania y tomar el control del mundo fue en último término responsable de la muerte de millones de honorables hombres jóvenes que fueron engañados y sacrificados en una matanza irracional y sangrienta para llevar adelante una causa deshonrosa.

Hoy, decenas de miles de monumentos conmemorativos de guerra a través del mundo atestiguan la gran mentira, la traición, de que ellos murieron para “la mayor gloria de Dios” y para que “pudiéramos ser libres”. Ésa es una mentira que los liga a un mito.

Ellos fueron las víctimas. Ellos son recordados en actos vacíos erigidos para ocultar el verdadero objetivo de la guerra. Lo que ellos merecen es la verdad, y no debemos fallarles en este deber.
(Gerry Docherty y Jim MacGregor, (http://editorial-streicher.blogspot.com/2017/05/sobre-los-origenes-de-la-1-guerra.html).

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