Entre gente que se especializa en estudiar la intelligentzia del poder se afirma, a propósito del desborde de la delincuencia y los escándalos de corrupción que vivimos en los últimos tiempos, que uno de los factores que inciden en toda esta descomposición social es que los presidentes morados no se interesan en conocer “las novedades”.

“Las novedades” eran, o son, los reportes que rendían, o rinden cada día los jefes de algunas instituciones de seguridad y orden del Estado a quien ocupe la Presidencia de la República.

Lo primero en atencionarse cada mañana eran esas “novedades”, para poner al día a los jefes de Estado sobre cualquier incidente que involucrara a los funcionarios y empleados públicos, a los opositores, empresarios y a cualquier persona y hechos comunes de interés oficial.

En el aspecto constructivo los presidentes usaban las “novedades” para disponer medidas disuasivas o represivas contra la delincuencia común y mantener bajo control el crimen organizado.

Pero por escrúpulo intelectual, por considerarlo un mecanismo de control militar sobre el poder político, o porque le parecían asuntos impropios de la atención de un jefe de Estado, el presidente Leonel Fernández descontinuó la práctica cotidiana de conocer esas “novedades”.

Se considera que si bien es verdad que los informes daban lugar a usos inapropiados, reñidos con la ética política, no menos cierto es que al dejar de conocer las “novedades”, los presidentes incurrían en dos errores.

Primero perdían el conocimiento de primera mano de informaciones claves para la articulación de estrategias de prevención y control del crimen; y segundo, enviaban a la estructura policiaco-militar la señal de que no había una atenta mirada superior sobre las conductas de sus integrantes.

Según esa tesis, ese último aspecto contribuiría a originar la proliferación de policías, militares y efectivos de la seguridad y la inteligencia del Estado envueltos en la más diversa gama de delitos, que tienen su máxima expresión en el narcotráfico, una seria amenaza a las bases de la seguridad nacional.

Parece que como su antecesor, el presidente Medina tampoco dedica tiempo a conocer “las novedades”, pues sólo eso explica sus decretos designando como viceministro a un señor que guarda prisión, de vicecónsul en Haití a otro investigado en el pasado por traficar con haitianos ilegales, y como asesor del Poder Ejecutivo en Desarrollo Territorial a un antiguo ejecutivo del CEA sindicado por la Cámara de Cuentas en manejos irregulares.

Quizás lo más grave de los “cambios” es el caso de Nelson Rodríguez, quien ha informado a medios que recibió presiones para que renunciara como director del Servicio Nacional de Salud, porque procuraba sanearlo administrativamente, y su revelación de que “Él (Danilo Medina) es una persona muy gentil que me decía: Bueno, Nelson, trata de buscarle la vuelta a eso porque de una u otra manera tú entenderás que son gente que han hecho un trabajo político”.

La revelación, no desmentida, coloca al jefe de Estado en el centro del clientelismo político que tanto daño le ocasiona al sistema político nacional y a la calidad del gasto público, y por tanto a la salud de la economía, clientelismo en que se apoya la “popularidad” de que tanto presumen el PLD y sus bocinas.

Las políticas públicas, la gobernanza, la adecuada marcha del Estado, la institucionalidad y todos los resultados –positivos o negativos– que se cosechan desde el poder, reflejan la filosofía, los fines y propósitos con que se gobierna, es verdad.

Pero quizás, si el presidente Medina tuviera aunque sea gente de confianza que le chequeara “las novedades”, no habría realizado designaciones que han terminado malogrando el ademán de cambio con que aspiraba a darle buen viento a su discurso del 27.

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