La jefatura de la Federación de Asociaciones de Profesores de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (FAPROUASD) recibió con su convocatoria a huelga una robusta lección que debe asimilar.

El primer elemento podría ser que los profesores no fueron consultados y en consecuencia no se pronunciaron sobre la pertinencia de una acción dirigida a impedir el inicio del semestre.
Pero ese factor pierde importancia si se aguza el sentido común. ¿Cómo se le puede ocurrir a un colectivo o a unas cuantas personas decidir por sí solas el destino de un período académico de miles de jóvenes estudiantes, la mayoría de los estratos sociales de más bajos ingresos de la población?

¿Cómo darles la bienvenida con el paro? Es una extrema falta de sentido de oportunidad, precisamente de parte de la inteligencia universitaria.

Desde el punto de vista político-gremial deben aprender otra cosa: No puedes lanzar un plan de lucha por reivindicaciones económicas sin que estén dadas las condiciones subjetivas y objetivas, lo que supone todo un estado previo de preparación.

¿Dieron continuidad los jefes de los profesores a un proceso comunicativo elemental con las autoridades, acerca de su “justa causa”? Es decir, llenar el protocolo simple ante la parte demandada. Informarla, solicitarle formalmente lo requerido. Dialogar una y otra vez y si fuese necesario, gestionar la mediación.

Los jefes de los profesores se fueron al extremo, recurrieron al odioso método de la paralización del servicio docente, sin siquiera hacer una reunión, sin consultar, sin marchar o manifestar exponiendo sus razones.

Se equivocaron medio a medio.

Más aún, una universidad como la pública, a cuya imagen le han hecho tanto daño, no se merece este tipo de desafuero profesoral.

De ninguna manera.

Los profesores deben ser un factor consciente en una academia. Donde reside la inteligencia, el buen ejemplo debe brillar. Los profesores deben constituirse en eje de reflexión profunda para identificar las mejores causas.

Ese afán enfermizo por recibir, recibir y recibir, sin siquiera envolver en un papelito de celofán las formas, termina haciendo daño. Debían aprender la lección.

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