I.- La buena formación

1.- La formación que una persona recibe la acompañará en todo el curso de su existencia; será la guía de sus actividades laborales, familiares, intelectuales, sociales y morales. De las instrucciones que asimilamos va a depender nuestra actuación en el medio donde desarrollamos distintas acciones ante los demás. Los sólidos conocimientos adquiridos hacen posible desenvolvernos y llegar a ser formales, conscientes y cumplidores con responsabilidad de aquello a que nos dedicamos.

2.- Formar a ciudadanos y ciudadanas para que en el futuro actúen apegados a principios y normas de decencia, de correcto comportamiento, es moldearlos a los fines de que ejecuten sus actos en base a como han sido configuradas para el buen actuar. Darle forma al cerebro del ser humano partiendo de la instrucción, es prepararlo para que materialice luego lo aprendido durante el aprendizaje.

3.- Todos aquellos que nos formamos conforme la instrucción escolar de la década del treinta, cuarenta, cincuenta o sesenta del siglo pasado, somos testigos de los métodos utilizados por nuestros maestros y maestras para que, con ejemplos prácticos, sacados de la cotidianidad, nos formáramos la idea de cómo actuar; la forma de conducirnos en cualquier actividad. Ellos nos aconsejaban, señalaban un modelo y la forma de manejarnos.
4.- En los centros escolares de ayer, los instructores nuestros se preocupaban para que tuviéramos una formación integral, lo más completa posible, con el claro objetivo de que adquiriéramos conocimientos no solamente teóricos, sino también prácticos. Nuestros orientadores se las ingeniaban para que nos acostumbráramos a razonar, partiendo de una realidad objetiva, que fuéramos mujeres y hombres portadores de ideas con referentes a los cuales podíamos señalar para no caer en lo especulativo.

5.- Los maestros y las maestras de ayer, en las aulas nos mantenían cautivos, capturaban nuestra atención con prédicas que prendían de inmediato en nosotros. Resultaba fascinante, escuchar a un profesor o a una profesora en un lenguaje sencillo explicando la forma como debe actuar una persona en el arte u oficio que ejecuta. Siempre resultaban edificantes las motivaciones que nos daban nuestros instructores para que, en el mañana, actuáramos como personas hechas para hacer las cosas a la perfección o lo mejor dentro de lo humanamente posible.

6.- El niño o la niña aprende con suma facilidad si en la explicación que se le da se conectan los principios generales de la materia que se le ofrece, con un ejemplo. Las ideas se fijan en la mente cuando se articula lo narrado con la estructuración de un objeto que las enlaza. El que recibe la instrucción en forma natural y sencilla, no tiene que hacer mucho esfuerzo para acoplar espontáneamente en su cerebro lo que se ha querido que comprenda.

II.- Enseñar con ejemplos

7.- Nuestros preceptores se esforzaban, hacían hincapié en el sentido de que sin importar a lo que nos dedicáramos debíamos de ser si no el mejor, uno de los mejores; que no debíamos de hacer las cosas para salir del paso, sino demostrar ser conocedores de lo que estábamos ejecutando; que en cada actuación debía de quedar el distintivo de que lo llevado a cabo había sido producido poniendo en práctica talento, vergüenza y respeto a la formalidad; con los requisitos que manda lo encargado para que la obra concluida quede divinamente, a las mil maravillas.

8.- Los educadores y las educadoras que tuvimos la dicha de tener en el pasado, no desperdiciaban lo más mínimo para que lo por ellos expuesto no quedara en el aire; en pura verborrea, simple fraseología. Se ocupaban de que aquellos que les escuchábamos, les tomáramos la palabra punto por punto, al pie de lo explicado, con la firme intención de que lo que saliera de la boca de ellos no se tomara como pura retórica.

9.- Al hacer este escrito me llega a la memoria lo ocurrido en el curso de una clase impartida por un profesor nuestro de octavo grado en la materia de moral y cívica. En un momento en el cual el maestro hablaba sobre el bien hacer las cosas por el ciudadano o la ciudadana, uno de mis compañeros le preguntó: “Si mañana yo quiero ser limpiabotas, cochero o médico, ¿cómo debo actuar?” El profesor, con toda su calma, le respondió al estudiante que en la próxima tanda correspondiente a la asignatura le daría una explicación con ejemplos de cada uno de los oficios y de la profesión señalada.

10.- El profesor de moral y cívica, luego de saludar y pasar lista, dijo: “La pregunta que me hizo el estudiante fulano de tal, la voy a responder y mi contestación la hago extensiva a todos los presentes; con relación a ser limpiabotas, deben comportarse decentes, ser respetuosos y honestos; limpiar los zapatos con meticulosidad; usar la tinta, la pasta, el cepillo y el paño con esmero, y al final de su labor cobrar lo justo; al despedirse de sus clientes no olvidar un gesto de cariño acompañado de un hasta pronto y que pase un feliz día; como ejemplo de un limpiabotas,-siguió diciendo el profesor-, les pido que observen en el parque Duarte, de aquí de Santiago, a José Pérez, -Julito-, que lustrando zapatos se gana la vida, lo hace bien y es querido”.

11.- Continuando con su exposición, nuestro profesor dijo: “Si en el mañana la actividad laboral de uno cualquiera de ustedes es la de cochero, debe estar siempre bien aseado; comportarse con mucha gentileza, sin importarle que quien haga uso de sus servicios, sea un joven o un anciano, una mujer o un hombre; un sobrio o un borracho; listos para darle servicio a todo aquel que lo requiera; tener siempre el control de las riendas para que el o los caballos no se muevan sin control; el cochero eficiente en Santiago debe actuar como Antonio Gómez-Cundo-”.

12.- Al hablarnos de las condiciones que debía reunir quien aspiraba a ser médico, nuestro maestro comenzó diciendo: “Quiero que sepan que aquel de ustedes que se incline por la carrera de medicina debe estar preparado para ser un entregado a su profesión; darse por entero para curar enfermos, salvar vidas y, fundamentalmente, ejercer con devoción, entero entusiasmo; el dinero no debe estar nunca por encima de la salud de sus pacientes; la sociedad dominicana se sentiría bien si uno de ustedes llega a ser un médico de familia de la talla del doctor José de Jesús Jiménez”.

13.- Las citadas explicaciones del profesor de moral y cívica prueban que formar a una persona para que se comporte adecuadamente tiene que ser obra de un orientador que aspira a que aquel a quien enseña observe escrupulosamente las reglas de comportamiento. El adiestramiento en cualquier materia que se imparte debe buscar darle forma para que el educado lleve a la práctica en forma debida las normas que lo hacen un ente social en condiciones de compartir con civilidad.

14.- Aquel que ha tenido una buena formación educativa la expresa en la actividad habitual que realiza, sin importar que sea como triciclero, médico, abogado o payaso. El hombre o la mujer formado correctamente debe actuar para hacer sentir bien a los demás, no para sembrar cizaña, discordia y prejuicio; no como el cizañero que prueba disfrutar el chisme, y las palabras hirientes que lanza cuando comprueba que con sus actuaciones daña, estropea y perjudica a quienes son de nobles sentimientos. La maldad es de la esencia del malévolo, del perverso que se siente realizado haciendo diabluras, murmurando y echando maldiciones a los buenos, a los bondadosos.

15.- Las educadoras y los educadores de ayer se interesaban por entregarles a la comunidad personas eminentes; excelentes ciudadanos y ciudadanas preparados para servir con calidad en cualquier actividad. La orientación recibida por un estudiante, proveniente de un maestro capaz, jamás da demostración de mediocridad, exhibe vulgaridad, ni cae en ser insignificante. La fanfarronería, jactancia y presuntuosidad que observamos hoy en muchas personas demuestran estar formadas para ser fantoches, huérfanas de modestia y sencillez.

16.- La persona educada para el buen comportamiento desarrolla su actividad laboral en los marcos de la decencia y la prudencia. En el seno de la sociedad cada quien actúa acorde con la instrucción recibida, de donde resulta que el limpiabotas, el abogado o el periodista debe estar preparado para ejecutar su oficio o profesión sin convertirse en un individuo fastidioso, detestable, intolerable, pesado y de mal gusto. Es penoso tener que reconocer que en nuestro medio sin elegancia alguna el caradura, desvergonzado y fresco ha llegado a atraer con majaderías, pamplinadas y sandeces.

III.- Necesidad de crear conciencia sana

17.- Es una necesidad comenzar a crear conciencia en el seno de nuestro pueblo en el sentido de que se impone formar ciudadanos y ciudadanas que procedan en forma cuidadosa para que den demostración de ser escrupulosos y se desempeñen con absoluto esmero. No podemos continuar aplaudiendo, haciéndole gracia a aquellos que tratan a los demás como si en este país para todo predominara la chapucería. El ser humano hay que orientarlo para que todo lo que haga sea bien hecho, y no ejecute como el charanguero.

18.- A la niñez dominicana hay que educarla, formarla, advertirla para que lo que decida hacer lo realice con elegancia; que demuestre estilo, dandismo en lo que haga; enseñarla que es de mal gusto accionar fuera de tono, de medio pelo, con vulgaridad. El país necesita contar con personas prestas a afanarse, a remirarse para que no siga destacándose el negligente, el que actúa con dejadez y sin formalidad alguna.

19.- Es menester convencer a lo mejor de nuestro pueblo que no debemos continuar aceptando como bueno y válido, acoger como si nada, que cualquier descalificado se imponga con un estilo, una forma de actuar que desdice mucho de lo que es una comunidad de personas civilizadas. La vulgaridad, la chabacanería y la ramplonería, no deben motivar ovaciones, sino reprobación, total censura.

20.- No debemos seguir aceptando que un afrentoso cualquiera pueda estropear nuestra alegría y tranquilidad irrespetando las formas del normal comportamiento que se impone en cualquier actividad. Se hace necesario poner en su puesto a los necios que con sus actuaciones de mal gusto dañan y nos impiden reír, procurando con sus majaderías hacerse los célebres; con expresiones de mal gusto, arrebatarnos el disfrute de los pasatiempos que nos sacan del aburrimiento.

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